Chofi
Fue una noche de otoño de 2009. Mi esposa y yo vivíamos en un departamento en Rodrigo de Araya y esperábamos a nuestra primera hija. Recuerdo que solo unos días antes tuvimos la primera ecografía y la ilusión, la ansiedad, los nervios, además de unos impensados antojos de tomar Coca-Cola y comer chocolate, se apoderaron de mis días, sin contar las desagradables náuseas que me invadieron a mí en lugar de a mi esposa. En fin, esa noche, como todas las noches, me acosté pensando en el bebé que venía en camino. Ya teníamos definidos los posibles nombres: Felipe Esteban, si era niño, o Sofía Catalina, si era niña. Y por esas cosas mágicas que estoy seguro de que existen, aunque no siempre las vemos, me quedé dormido y en mis sueños aparecí en una playa que no conocía, mirando al mar, hasta que una jovencita crespa, alta y delgada, de unos doce o trece años de edad, se me acercó. La reconocí de inmediato: era Sofía, mi hija que recién venía en camino. Ella me miró, sonrió y me dijo que sí,