Chofi

 


Fue una noche de otoño de 2009. Mi esposa y yo vivíamos en un departamento en Rodrigo de Araya y esperábamos a nuestra primera hija. Recuerdo que solo unos días antes tuvimos la primera ecografía y la ilusión, la ansiedad, los nervios, además de unos impensados antojos de tomar Coca-Cola y comer chocolate, se apoderaron de mis días, sin contar las desagradables náuseas que me invadieron a mí en lugar de a mi esposa. En fin, esa noche, como todas las noches, me acosté pensando en el bebé que venía en camino. Ya teníamos definidos los posibles nombres: Felipe Esteban, si era niño, o Sofía Catalina, si era niña. Y por esas cosas mágicas que estoy seguro de que existen, aunque no siempre las vemos, me quedé dormido y en mis sueños aparecí en una playa que no conocía, mirando al mar, hasta que una jovencita crespa, alta y delgada, de unos doce o trece años de edad, se me acercó. La reconocí de inmediato: era Sofía, mi hija que recién venía en camino. Ella me miró, sonrió y me dijo que sí, que ese sería su nombre y que quería que le dijéramos “Chofi”.

Desperté conmovido por ese sueño y le conté de inmediato a mi esposa. Desde ese día supimos que esperábamos una niñita, mucho antes de que los doctores nos confirmaran su sexo.

Trece años después, a miles de kilómetros de Chile, mientras paseábamos por la playa de San Andrés, Colombia, una sensación de deja vú me hizo mirar hacia atrás. Ahí venía Sofía, mi hija, tal cual como la vi en ese lejano sueño, alta, delgada, de pelo largo y crespo, con esa sonrisa que encandila mi corazón cada vez que la veo.

—Chofi —murmuré antes de que llegara junto a mí. 


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