¿Qué es el éxito?

 

Taller de escritura en el colegio El Sembrador

Definir el éxito a lo largo de estos cinco años publicando mis historias, ha sido un tema en el que he pensado muchas veces. Junto con ansiar llegar a masificar mis libros -qué escritor no ha pensado alguna vez en eso-, he soñado con el reconocimiento por parte de lectores de distintas partes del mundo, siempre motivado por los buenos comentarios y palabras de aliento de los lectores de este lado del mundo. Por eso, cuando mis novelas en Amazon han alcanzado los primeros lugares de ventas en formato digital, aunque sea por un par de horas, me he sentido realmente exitoso, al igual que con cada una de las reseñas que he recibido hasta ahora. Claro que nada se compara con la medalla de oro de Venganza en los International Latino Book Awards, un honor gigantesco y una alegría incomparable, aunque todavía espero ver los resultados de haber obtenido tan alta distinción a nivel internacional. Lo más cerca que había estado de un reconocimiento así, fue las dos veces que me adjudiqué el Fondo del Libro y eso me lleva a una nueva definición de éxito que hasta hace poco no había considerado y que trataré de explicar de la mejor manera.

No me refiero a las ventas ni a la fama. Me refiero a la experiencia, una experiencia enriquecedora que vino de un lugar que no esperaba: los niños.

Al postular al Fondo del Libro, no solo se necesita tener una muestra escrita de la obra o una maqueta por editar. También es necesario tener en mente una actividad de difusión cultural en algún establecimiento público de educación, lo que está definido en las bases de postulación. Es así que, para los Fondos 2020 postulé con una muestra de Xalpén -obra todavía en borrador-, y tuve la idea de crear una especie de taller de escritura como actividad cultural, sin definir de forma muy exacta al público objetivo, pues tuve en consideración a los alumnos de entre quinto básico y cuarto medio.

Y resultó que me adjudiqué el Fondo y, en medio del caos de una mudanza desde Punta Arenas a Santiago, el estallido social y la pandemia por coronavirus, me vi enfrentado a la obligación de cumplir con esta actividad y... ¡No supe qué hacer! Pasé meses pensando, dándole vueltas, buscando ideas, hasta que descubrí que Sofía, mi hija mayor, estaba estudiando los textos narrativos en su clase de Lenguaje y me valí de ello para empezar a desarrollar una presentación que resultara atractiva para jóvenes de entre diez y doce años, para luego buscar un colegio al cual ofrecerle la actividad y cruzar los dedos para que fuera aceptada.

De esta manera, después de casi un año de planificación, llegué al colegio El Sembrador de Casas Viejas, donde su director, el profesor Ulises Salinas, tuvo la amabilidad y buena disposición para acoger mi propuesta, la que al fin pude realizar a finales de octubre de este año. El resultado: un taller interactivo titulado El Impensado Viaje de la Imaginación, al que asistieron veinte alumnos de quinto básico y en el que, después de casi una hora de entretenida conversación, terminé animando a los pequeños a atreverse a escribir una historia breve, de no más de dos páginas.

¡Y lo hicieron! No todos, pero un grupo echó a volar su imaginación y recibí un puñado de historias que me comprometí con ellos y el director del colegio, a publicar en este blog para que puedan leerlas y así dar a conocer el trabajo que esos jóvenes y jovencitas realizaron.

Eso, amigos y amigas, recibir esas ideas escritas por mentes tan sinceras e ingeniosas, motivadas por una actividad que tuve el placer de dirigir, esa es mi nueva definición de éxito.

Así que iré publicando estas obras para que puedan leerlas. Tengan paciencia y estén atentos. Ya les avisaré.

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