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Y así nació Réquiem de los Cielos

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  La idea para Réquiem de los Cielos apareció por ahí por 2012, cuando mi familia y yo nos mudamos desde Santiago hacia Quintero. Yo ya llevaba cerca de uno o dos años escribiendo una novela de fantasía que todavía tengo guardada en mi carpeta de «borradores» cuando comencé a interesarme en los ángeles y sus características. De la nada, este interés se fue expandiendo hasta hacerme regresar a John Milton y su épica El Paraíso Perdido, luego se extendió a La Rebelión de Lucifer de J.J. Benítez y siguió creciendo y moldeándose a medida que me inmiscuía en la angelología, demonología, religión y mitología. Para ese entonces, ya tenía más o menos claro que escribiría la historia de un ángel caído y su paso por el mundo terrenal mientras intenta reconquistar el Paraíso. Sin embargo, Asmodeo no formó parte de la idea inicial hasta que, luego de leer parte de la Biblia, llegué a un relato titulado Sara y el demonio Asmodeo, de la escritora argentina Ana María Shua. De inmediato me llamó la at

La Última Bala

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  Mención Honrosa en la 12° versión del Concurso Nacional de Cuentos Teresa Hamel, organizado por la Sociedad de Escritores de Chile, año 2022. Las ideas estaban estancadas en su cabeza. Después de pasar todo el día dándole vueltas al asunto, imaginando la escena perfecta para iniciar el relato, al momento de sentarse frente al computador y abrir un documento en blanco, todo quedó en nada. Simplemente desapareció. Joaquín, quien se consideraba a sí mismo un prospecto de escritor, a pesar de contar ya con dos novelas publicadas, se quedó varios minutos mirando el cursor parpadear con burla mientras se devanaba los sesos buscando la palabra que sirviera para romper la inercia. Sabía que, una vez que comenzara, el resto fluiría con facilidad, como solía suceder. Una palabra seguiría a la otra hasta convertirse en un párrafo y crecería y crecería, transformándose en páginas que correrían por su cuenta hasta llegar al clímax del punto final. Pero el motor de su imaginación no se ponía en ma

Causa y Efecto

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  Las nubes negras se acercaban y los primeros rayos ya golpeaban el horizonte con sus ecos atronadores. Apenas pasaba de mediodía, pero el pueblo entero se había teñido con los grises tonos del invierno de ese frío año 1983, sumiendo todo en una lúgubre penumbra. Para Guillermo, quien llevaba diecisiete de sus treinta años de vida en la calle, esto significaba que debía apresurarse a buscar refugio o los demás vagabundos tomarían los mejores lugares y se vería obligado a pelear por un espacio donde guarecerse de la lluvia.  Esa era la ley de la calle, algo que a él nunca le importó, pues no estaba en sus manos cambiarla. Simplemente se adaptó desde el mismo día en que escapó del reformatorio donde estuvo recluido por asesinar a su pequeña hermanita, cuando era apenas un muchacho de trece años. Recordaba ese episodio con total indiferencia, tal como hacía con cada uno de los sucesos de su vida. No había remordimientos en su memoria porque consideraba que lo que hizo en esa oportunidad

Caída Libre

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  Lo pensé una vez más, igual que los últimos días. Era un pensamiento recurrente, una imagen reconfortante, demasiado tentadora como para resistirme por mucho tiempo más. Me paré a mitad de camino de la pasarela que cruza la NQS de este a oeste, miré el atiborrado tráfico de esas horas —las 8 de la mañana de un lunes en Bogotá es la hora más caótica de toda la semana—, me cercioré de que ningún otro peatón estuviera pendiente de mí y esta vez no me detuve: me encaramé a toda velocidad por encima de la baranda, sin el menor rastro de vacilación, cerré los ojos, tomé una gran bocanada de aire y me dejé caer sobre la interminable fila de vehículos que me aplastarían sin siquiera darse cuenta. Pero en el instante en que mis dedos se separaban del frío metal de la baranda, me invadió un miedo insoportable que hizo que toda mi decisión y voluntad de desaparecer se esfumaran. Después de desearla y pensar tantas veces en ella, al verme expuesto al vacío sentí un primitivo pavor ante la real p

En la Frontera

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  La tensa monotonía de los primeros días muy pronto se convirtió en rutina. Llegamos a Iquique en un Hércules durante la madrugada del 7 de enero. Yo venía en el vuelo número 1, junto al resto de la tripulación de misiles portátiles que enviaron desde Quintero a reforzar las unidades del norte. Desembarcamos en total silencio, con el mínimo de luz y nos repartimos con nuestras cosas en los cinco camiones que nos esperaban junto a la pista. En un par de horas ya habían llegado las unidades de cañones, las que de inmediato trasladaron los sistemas de 35 milímetros a los hangares de la base área. Después de ello, tuvimos una rápida reunión con el comandante de la agrupación de defensa antiaérea, en la que se nos mostró el área donde seríamos desplegados, los principales objetivos a defender, la información de inteligencia sobre el enemigo y la principal amenaza a la que nos enfrentaríamos: las incursiones de comandos peruanos y los temibles helicópteros MI-35. Terminada la reunión, proce

La Decisión

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  A veces me gusta detenerme a mirar a la gente, a contemplar su comportamiento mientras van y vienen, cada uno inmerso en sus propios pensamientos, en sus propios mundos, sin preocuparse mayormente por aquellos que se topan en su camino. Por ejemplo, la mujer que espera a que el semáforo cambie a verde para cruzar la calle, apenas está pendiente del tráfico, porque su cabeza parece estar en otra parte, quizás incluso a varios cientos de kilómetros, tal vez en las inundaciones en La Calera o en la reforma tributaria que planea llevar a cabo el Presidente Petro. Incluso es probable que esté pensando en el Mundial, vaya uno a saber. En Colombia, hombres y mujeres son igual de aficionados al fútbol y, como la selección no clasificó a Qatar, muchos han puesto sus esperanzas en Messi y su última oportunidad de ganar el trofeo con su selección y traerlo así de vuelta a Sudamérica. Ella, vestida con unas ajustadas calzas, taco alto y una chaqueta de tela, de seguro acaba de salir a almorzar y