Tras las Sombras - Capítulo Final


Santiago de Chile es una ciudad bulliciosa acostumbrada a un ajetreo intenso que rara vez se ve interrumpido por algo que no sea un desastre natural, un partido de futbol o la visita de un músico de fama mundial. Por lo tanto, que un policía se enfrentara a tiros con otros detectives, causara la muerte de uno de ellos y luego fuera abatido a balazos, era algo circunstancial que pasó desapercibido para la mayor parte de la población. Muy pocos siguieron la noticia y muchos menos se enteraron de que ese policía terminó por escapar del hospital al que fue derivado sin dejar el menor rastro.

Sin embargo, la poca atención que se prestó a aquel hecho no fue algo fortuito. Por el contrario, la PDI se preocupó de manejar con suma discreción todo lo relacionado con el caso del inspector Bascuñán, desde su repentino cambio de conducta, la extraña y aún no comprobada relación que tuvo con Gloria Andrade, la mujer que se arrojó a las líneas del Metro a plena luz del día, y la causa que lo llevó a disparar sin previo aviso ni provocación contra el detective Alán Sepúlveda, quien falleció en el lugar donde Bascuñán fue finalmente detenido.

Es que había demasiados asuntos sin resolver en torno a ese hombre y las pocas horas que pasó detenido.

Según el parte policial, Bascuñán fue ingresado aún bajo los efectos de la anestesia al ala norte del Hospital de Carabineros, donde permanecería en recuperación hasta que pudiera ser trasladado a la Penitenciaría de Santiago. Se dejó bajo la custodia de un policía las veinticuatro horas del día, con instrucciones de avisar a sus superiores en cuanto mostrara signos de mejoría.

Pero el centinela jamás llegó a cumplir su labor.

De acuerdo a lo registrado en la declaración del cabo segundo Henríquez, el carabinero de turno, durante la noche, a las tres de la mañana en punto, las luces completas de esa ala del hospital se apagaron y cuando él entró a la sala en la que estaba el hombre que custodiaba, lo que vio fue algo que lo dejó tan aterrado que no encontraba palabras para describirlo.

—Parecía… —titubeaba y su vista se perdía en algún lejano lugar, como si su mente se esforzara por alejarlo de ese recuerdo.

Con la ayuda de un sicólogo, se logró obtener una declaración más clara, aunque no menos impactante sobre lo que en realidad ocurrió.

Henríquez decía haber visto a Bascuñán agazapado desnudo sobre la cama, igual que un animal salvaje, con los ojos muy abiertos y una horrible sonrisa desquiciada. Acto seguido, se arrancó las mangueras que tenía conectadas al brazo y saltó con una agilidad inconcebible para un hombre en su estado, atravesando la ventana para desaparecer tras las sombras de la noche.

Si bien es cierto que los peritos encontraron la camilla desordenada, las mangueras y agujas desparramadas por el suelo, y la ventana efectivamente rota y con manchas de sangre pertenecientes a Bascuñán, les parecía imposible aceptar como real el testimonio del cabo, debido a que se encontraban en el piso cuarto y no existía ninguna posibilidad de que alguien saliera sano y salvo de una caída desde esa altura.

Pero, lo más intrigante, fue que las cámaras exteriores de seguridad mostraban a un hombre sin ropa cruzar a toda carrera los estacionamientos, saltar por sobre el muro perimetral hacia calle Simón Bolívar y correr hasta desaparecer de foco. Por otro lado, las cámaras interiores se podía corroborar el apagón del piso cuarto y el tránsito únicamente del personal de turno del hospital.

A pesar de las circunstancias inexplicables que rodeaban el caso, nadie podía comprender la real magnitud de lo sucedido, pues la humanidad no estaba preparada para asimilar la milenaria y silenciosa guerra que se desarrollaba a su alrededor y que cobraba las almas de miles de víctimas inocentes.

Pues esa noche, el ambicioso Bafomet había encontrado una manera de continuar con su plan de poder y venganza. Ahora tenía una herramienta para acercarse a la mujer de Asmodeo y corromperla hasta hacerse con su alma. Entonces llegaría el momento de su revancha y Mefistófeles no tendría más remedio que reconocer su valía y elevarlo a una categoría superior ante todos los Caídos.

Su momento de gloria había llegado.

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