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Tras las Sombras - Capítulo IV

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  Por esta vez, Bascuñán dejó de lado su poco gusto por usar la locomoción pública sin pagar e hizo parar el primer taxi que apareció, se identificó como funcionario de Investigaciones y le indicó la dirección que había encontrado en internet. —Necesito que llegue lo antes posible, ¿entendido? El taxista, no muy contento, asintió a regañadientes y se puso en marcha de acuerdo a las instrucciones del detective. En un santiamén llegaron al centro de Santiago y se internaron en sus populosas calles hasta dar con la dirección indicada. Bascuñán bajó apenas el auto se detuvo y lanzó un desabrido “gracias” sin siquiera preocuparse por si fue escuchado. A paso vivo entró por la puerta principal del edificio y se fue directo al mesón en el que un añoso conserje saludaba y atendía a todo aquel que se le acercaba. —Buenos días —levantó su placa al llegar frente al hombrecillo—, soy el detective Bascuñán y necesito hacerle unas preguntas. El conserje se ajustó los lentes, revisó con detenimiento

Tras las Sombras - Capítulo II

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Saltó de la cama a eso de las ocho de la mañana. Las largas jornadas de los últimos días y la resaca por la borrachera finalmente le habían pasado la cuenta. Olvidó por completo colocar la alarma del despertador y tenía más de veinte llamadas perdidas en el celular, todas de gente de la brigada, quienes de seguro estaban preocupados por su ausencia en la oficina. A duras penas, entre el mareo y el dolor de cabeza, salió corriendo al baño, se duchó con agua fría, se afeitó lo mejor que pudo, llamó a un colega para decirle que se había quedado dormido, que lo cubriera mientras llegaba, y se vistió tan rápido como solía hacerlo en sus años en la Escuela de Investigaciones. Cruzó a paso veloz por la cocina y salió hacia el estacionamiento. Se subió a su automóvil y le dio contacto, pero el vehículo no encendió. —¿Qué mierda te pasa? —gruñó con enfado, a la vez que giraba una y otra vez la llave. De seguro se trataba del alternador, ya había tenido problemas con él el año pasado y, por simp

Tras las Sombras - Capítulo I

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  Para José Bascuñán no era extraño toparse cada cierto tiempo con casos como en el que trabajaba aquella mañana. Era habitual en Chile que de pronto emergiera un sicópata asesino y en un par de malos días dejara un regadero de cadáveres a su paso hasta terminar siendo sorprendido por la policía o, en un arranque de su propia locura, sucumbir ante los impulsos suicidas que hacían que su sanguinaria carrera acabara tan rápido como había empezado. La sociedad aún recordaba a sujetos emblemáticos, tan emblemáticos como los apodos con los que saltaron a la fama. Tal era el caso de “El Tila” en la Dehesa, “El Rambo” en Santiago Centro o “La Quintrala” y el sórdido primer homicidio por encargo en el Chile moderno. A ellos se sumaba una larga fila de etcéteras que podía remontarse a verdaderas leyendas como “El Chacal de Nahueltoro” y su melodramática condena a muerte que culminó en 1963 y trajo consigo el nacimiento de un verdadero culto alrededor de su imagen, lo que incluso se tradujo en l

Venganza Astrea, capítulo I

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  La indignación cundía entre todos los presentes que atestiguaban lo que pasaba en esa sala. Se suponía que estaban ahí para ver al Estado impartir justicia, pero para desagrado de muchos, pena de otros y un doloroso golpe al corazón de un puñado de testigos, la persona encargada de ejercer la ley se veía con las manos atadas ante la imposibilidad de comprobar aquello que todos sabían. Que ese malnacido había asesinado a Rubí. Era un hecho que conmocionó a la ciudad y los medios de comunicación no tardaron en dejarse caer sobre los acontecimientos como un enjambre de moscas sobre la mierda. Rubí, una pequeñita de tiernos cuatro años de edad, había sido encontrada muerta en un sitio eriazo, con evidentes marcas de haber sido abusada sexualmente. Los testimonios y las indagaciones por parte de la policía apuntaron a un único y seguro culpable: la pareja de la madre de la niña, un delincuente de renombre en el barrio con un amplio prontuario policial, por lo que nadie se explicaba por qu

El Espejo

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  La casa nueva resultó ser mucho más grande y cómoda que nuestro anterior departamento. El antiguo residente se había preocupado de pintar por completo el interior y barnizar toda la fachada. Solo las paredes laterales se notaban algo deterioradas por el tiempo, pero todo lo demás parecía casi nuevo. Además, por ser casa de esquina, tenía un patio en el que con facilidad cabían dos autos o, lo que me entusiasmaba todavía más, una buena piscina. Y mi enorme dormitorio me hizo olvidar por completo cualquier reparo previo a la mudanza. Lo único que me causaba una cierta incomodidad era el imponente espejo adosado a la pared en el descanso de la escalera, justo a medio camino entre el primer y el segundo piso. Era un gigantesco óvalo de marco dorado con la inclinación precisa para verse de pies a cabeza desde el primer peldaño hasta llegar frente a él. No supe si se debía al ángulo de incidencia de la luz que llegaba desde las ventanas del pasillo superior o a alguna deformidad del vi