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El Espejo

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  La casa nueva resultó ser mucho más grande y cómoda que nuestro anterior departamento. El antiguo residente se había preocupado de pintar por completo el interior y barnizar toda la fachada. Solo las paredes laterales se notaban algo deterioradas por el tiempo, pero todo lo demás parecía casi nuevo. Además, por ser casa de esquina, tenía un patio en el que con facilidad cabían dos autos o, lo que me entusiasmaba todavía más, una buena piscina. Y mi enorme dormitorio me hizo olvidar por completo cualquier reparo previo a la mudanza. Lo único que me causaba una cierta incomodidad era el imponente espejo adosado a la pared en el descanso de la escalera, justo a medio camino entre el primer y el segundo piso. Era un gigantesco óvalo de marco dorado con la inclinación precisa para verse de pies a cabeza desde el primer peldaño hasta llegar frente a él. No supe si se debía al ángulo de incidencia de la luz que llegaba desde las ventanas del pasillo superior o a alguna deformidad del vi

El Camino de la Venganza: Negocio Redondo

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  Alonso Urrutia estaba acostumbrado a estas reuniones. En un principio le parecían incómodas y él se sentía fuera de lugar, más que nada porque los temas que se trataban en ellas no siempre se apegaban a los ideales juveniles que lo llevaron a estudiar derecho. Sin embargo, no tardó mucho tiempo en acostumbrarse y, en una ciudad que era el vivo reflejo de la frase “supervivencia del más fuerte”, no tuvo que hacer un gran esfuerzo para dejarse llevar por la ola en la que otros llevaban surfeando desde hacía bastante tiempo, y sumarse a la Cofradía Lisias, un exclusivo y cerrado círculo formado por los más prestigiosos estudios jurídicos de la gran metrópolis, avalado, aunque no directamente, por el Colegio Nacional de Abogados. No pasó mucho antes de que se hiciera notar entre sus colegas. Él, joven y ambicioso, demostró poseer un agudo intelecto, una extrema facilidad de oratoria y una capacidad única para leer a la gente. Podía pararse frente a cualquier persona en el estrado y descu

El Camino de la Venganza: Justa Sentencia

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La jornada de aquel día lunes había sido inusualmente agobiante. Una serie de casos de asesinatos en las calles colmaban los tribunales de periodistas y curiosos que querían conocer los detalles de los misteriosos ajusticiamientos de presuntos traficantes y pederastas que fueron encontrados sin vida bajo circunstancias increíbles. Por todas partes circulaba el rumor de un personaje enigmático que algunos describían como un robot, otros como un astronauta del futuro y, los más fantasiosos, como un personaje salido de alguna de las recientes y exitosas películas de superhéroes. No había total acuerdo entre los distintos y escasos testigos de si se trataba de un hombre o una mujer, pero la mayoría de las declaraciones apuntaban a un ser de aspecto femenino, aunque con una fuerza y agilidad muy por sobre lo normal. Y esa batahola llevó a duplicar la presencia policial en el juzgado y redoblar los turnos de todos los funcionarios del tribunal. Por esta razón, recién a las seis de la tarde e

El camino de la Venganza: Sacrilegio

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  Hubo un tiempo en que me gustaba ir a la iglesia. Pero de un momento a otro todo se fue a la mierda. No era solo por el hecho de tener que levantarme mucho más temprano de lo habitual para un domingo ni por el exasperante ritual de arreglarse para ir a soportar la eterna hora que duraba la misa. Se trataba de algo más visceral, una sensación de desagrado frente a los feligreses que se reunían en el lugar y su actitud de “todos nos queremos” y “todos somos una familia”, cuando muchos de ellos estaban tan metidos en la basura como yo. Claro que para mi madre esto no era más que una nueva reacción de apatía por mi adolescencia y tal vez por mi inestable estado de ánimo. Después del doloroso abandono de mi padre y la serie de conflictos legales que le siguieron, caí en una profunda depresión que me mantuvo en tratamiento siquiátrico bastante tiempo. En tanto, mamá debió lidiar con los líos y trámites de la separación, mi enfermedad y todo el caos relacionado con el cambio de casa y la

El Desconocido

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  Cada vez que podía, pasaba un rato al Parque O’Higgins y me sentaba en el pasto a mirar en silencio a las muchas personas que circulaban por la Elipse y sus alrededores. Lo único que necesitaba era mi celular cargado de música y mis audífonos para relajarme y echar a volar mis ideas por horas. Sin embargo, esa tarde algo inusual interrumpió mis pensamientos, apenas unos segundos después de que mis ojos se fijaran en un niño pequeño que acababa de caer de su bicicleta por chocar de frente con un peatón distraído. ―Uno se siente insignificante al pensar en las posibilidades, ¿no es así? Un hombre estaba de pie junto a mí. Tenía un aspecto muy descuidado, con una larga y holgada gabardina que le llegaba hasta poco más debajo de la rodilla. Usaba unos viejos y sucios botines que no se tomó la molestia de amarrar y solo alcancé a distinguir unos desgastados pantalones de tela que alguna vez debieron ser marrones. La barba crecía en desordenados e irregulares manchones de pelo por to