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¿Bueno o Malo?

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  —¿Entonces no es malo? Hugo le dio una buena calada a su cigarrillo de marihuana y se tomó el tiempo de saborearlo antes de dejar escapar el humo por la nariz. —Si fuera malo, no haría lo que hace —contestó Hugo con total seguridad. Los dos amigos estaban sentados en el muelle afuera de la Base Aérea, contemplando la caída del atardecer sobre la bahía de Quintero. El frío del otoño se había encargado de ahuyentar a los pocos bañistas que quedaban en la playa, los últimos turistas que se negaban a dar término a las vacaciones y se aventuraban a seguir unos días más en la región antes de regresar al caos de la capital. Solo ellos, todavía con el uniforme del Colegio Inglés, aguantaban el viento de esas horas. —Pero lo que hace es malo. —No, nosotros hacemos las cosas malas. Él solo nos da la posibilidad de hacerlas. Le pasó el porro a su amigo y lo miró fumar. Sabía que no estaba convencido con sus respuestas y esperaba que insistiera con sus dudas. A él, que le encantaba el tema, no l

Florecer

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  Javier era distinto a los jóvenes de su edad. Introvertido, le costaba mucho trabajo entablar amistad con sus compañeros de la escuela. Prefería la silenciosa compañía de los árboles o las plantas del jardín antes que socializar con otros muchachos. Es que él era especial. Sus padres lo descubrieron cuando apenas tenía cinco años. Siempre estaba enfermo, por lo que pasaba en constante vigilancia, incluso mientras dormía. Pero una noche, cuando fueron a verlo a su cama, el pequeño Javier no estaba. Lo buscaron con desesperación por cada una de las habitaciones de la casa y no lo encontraron hasta que se les ocurrió salir al patio. Entonces lo vieron. Les costó trabajo asimilar aquella imagen y debieron acercarse para descubrir que era real. La madre fue la que se arrodilló en el césped, mientras el padre se quedaba atrás, mirando todo con escepticismo primero y un punzante rechazo después. Javier estaba envuelto por largas hojas de pasto que se enrollaron en él, a la vez que distintas

Chofi

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  Fue una noche de otoño de 2009. Mi esposa y yo vivíamos en un departamento en Rodrigo de Araya y esperábamos a nuestra primera hija. Recuerdo que solo unos días antes tuvimos la primera ecografía y la ilusión, la ansiedad, los nervios, además de unos impensados antojos de tomar Coca-Cola y comer chocolate, se apoderaron de mis días, sin contar las desagradables náuseas que me invadieron a mí en lugar de a mi esposa. En fin, esa noche, como todas las noches, me acosté pensando en el bebé que venía en camino. Ya teníamos definidos los posibles nombres: Felipe Esteban, si era niño, o Sofía Catalina, si era niña. Y por esas cosas mágicas que estoy seguro de que existen, aunque no siempre las vemos, me quedé dormido y en mis sueños aparecí en una playa que no conocía, mirando al mar, hasta que una jovencita crespa, alta y delgada, de unos doce o trece años de edad, se me acercó. La reconocí de inmediato: era Sofía, mi hija que recién venía en camino. Ella me miró, sonrió y me dijo que sí,

Aceitoso

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 —No deberías beber tanto, Tomás Óliver. —Dejaré de beber cuando te salga un lunar, Aceitoso —protestó el hombre con la ponzoña de siempre. Y es que, después de treinta años juntos, todavía odiaba su voz artificial. El robot volvió su cabeza de metal hacia la montaña que tenían al frente, sin que el amarillento brillo de sus ojos cambiara en lo más mínimo. En una de sus manos tenía la cerveza que su propietario le dio al finalizar las faenas de esa tarde. Como cada día, la abrieron al mismo tiempo y Aceitoso la mantuvo entre sus oxidados dedos hasta que el hombre bebió la suya por completo. Así pasaban las cortas tardes magallánicas, después de lavar por horas arena del río Las Minas para encontrar apenas unos cuantos gramos de polvillo de oro y alguna ocasional y diminuta pepita. Mucho tiempo atrás, esta había sido una actividad que Tomás realizaba junto a su hijo, pero, desde que él y su esposa murieron durante la pandemia, su única compañía era el destartalado robot AF-18 que encont

Tras las Sombras - Capítulo Final

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Santiago de Chile es una ciudad bulliciosa acostumbrada a un ajetreo intenso que rara vez se ve interrumpido por algo que no sea un desastre natural, un partido de futbol o la visita de un músico de fama mundial. Por lo tanto, que un policía se enfrentara a tiros con otros detectives, causara la muerte de uno de ellos y luego fuera abatido a balazos, era algo circunstancial que pasó desapercibido para la mayor parte de la población. Muy pocos siguieron la noticia y muchos menos se enteraron de que ese policía terminó por escapar del hospital al que fue derivado sin dejar el menor rastro. Sin embargo, la poca atención que se prestó a aquel hecho no fue algo fortuito. Por el contrario, la PDI se preocupó de manejar con suma discreción todo lo relacionado con el caso del inspector Bascuñán, desde su repentino cambio de conducta, la extraña y aún no comprobada relación que tuvo con Gloria Andrade, la mujer que se arrojó a las líneas del Metro a plena luz del día, y la causa que lo llevó a

Tras las Sombras - Capítulo VII

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La consciencia iba y venía desde Bascuñán. Sus ojos se abrieron y descubrió que estaba tendido en la calle, rodeado de gente que lo miraba y manipulaba como si fuera un simple objeto; luego se volvieron a cerrar y al abrirlos otra vez viajaba en una ambulancia, lleno de cables y mangueras conectadas a su cuerpo. Y la última vez que despertó estaba de lado sobre una dura camilla, amarrado con correas blancas para que no pudiera moverse, en medio de una sala muy iluminada, repleta de hombres con gorros y cubrebocas de tela que, en delantales azules, se movían de un lado a otro, entrando y saliendo de su campo visual, con distintos implementos en sus manos y la premura de quienes trabajan de manera ardua y dedicada en una labor que amerita lo máximo de sus capacidades. “Me están operando”, dedujo ante lo evidente, “debo estar muy mal”. Recordó lo ocurrido y no supo si dar gracias o no por estar vivo, después de la locura de las horas precedentes a que recibiera el disparo. La explicación

La Golondrina y la Semilla del Calafate

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Cuando llegó la primavera al sur de Chile, los calafates comenzaron a llenarse de flores doradas y el viento trajo de vuelta a los gorriones y las golondrinas, quienes regresaron del norte con sus alegres cánticos y fantásticas acrobacias aéreas. Una de estas golondrinas se hizo amiga de un frondoso arbusto de calafate lleno de flores que soportaban con firmeza los fuertes vientos magallánicos. Como los días en esa época del año se hacían más largos, pasaban horas y horas charlando sobre lo que la golondrina había visto en las tierras que visitó durante el invierno, hasta que el calafate le permitió posarse en sus ramas sin que las afiladas espinas le hicieran daño. De esta manera, la amistad entre ambos se hizo cada vez más fuerte y, cuando llegó el momento de que asomaran los primeros frutos de la temporada, el arbusto permitió a su amiga alada que comiera de ellos con el compromiso de que le ayudara a esparcir sus semillas por toda la pampa. La golondrina aceptó y comió en abundanci