¿Experiencia? No la suficiente



Ya les conté quién soy como escritor y quién soy como lector. Ahora me gustaría contarles algunas experiencias que he tenido desde que me embarqué en este viaje de letras.

La primera y tal vez más decepcionante, es ver que la literatura, al igual que la gran mayoría de las cosas en este mundo globalizado, es un negocio bastante rentable si se cumple una pequeña condición: tener el apoyo de una editorial de renombre. Para los mortales que, como yo, apenas somos un nombre en la larga y compleja lista de escritores esperando su momento de fama, es más que nada una inversión que muy rara vez se ve recompensada monetareamente. Claro que todos imaginamos en más de alguna  ocasión alcanzar el éxito con nuestras novelas, pero, al menos en mi caso, he debido redefinir lo que éxito significa. Si miramos a los grandes escritores a nivel mundial, éxito es conseguir miles de ventas. Sin embargo, para un escritor amateur, el éxito se mide por las cantidades de comentarios positivos y reseñas halagadoras que se logra de los pocos lectores que se atreven a comprar el libro de un desconocido. Por ejemplo, Réquiem de los Cielos lleva casi cuatro años en el mercado y desde entonces he sumado otras cuatro novelas al stock de Amazon, pero todavía no alcanzo a juntar el dinero para que me hagan un cheque ―el umbral mínimo son 100 dólares y apenas llevo 33, poco más de 25 mil pesos chilenos―, a pesar de llegar a 342 copias vendidas en total. Claro que el 94% de las ventas corresponde a ebooks gratuitos, por lo que no generan más ganancia que el placer de saber que hay gente leyendo mis libros.

Y esa es mi nueva definición de éxito: llegar a personas que no me conocen.

Como es de esperarse, las primeras compras corresponden a los familiares y amigos que se sienten atraídos por la estrambótica idea de que un conocido ha publicado un libro. Pocos de ellos llegan realmente a leer la obra, pero los que sí lo hacen entregan comentarios sinceros que hacen que uno sienta ganas de seguir escribiendo y no abandonar este sueño tan etéreo.

Lo que muchos no saben es el trabajo que hay detrás. Piensan que se trata de una especie de hobby inusual y llamativo, sin imaginar su trasfondo. Creen que uno llega y escribe lo primero que se le viene a la cabeza y luego lo publica, y se quedan asombrados cuando les explico todo lo que en realidad implica llegar a una novela: horas y horas de investigación, dedicar mucho tiempo a leer y escribir, corregir por semanas hasta que está lista para la publicación.

Y ese es otro punto.

Investigar, unir ideas, armar el “esqueleto” de la historia, crear los personajes y darles vida en tu cabeza antes de ponerlos en un word, es ya un trabajo extenuante y complejo. Pero, para un recién iniciado en esto, la publicación es un verdadero dolor de cabeza. En lo primero que se piensa es en enviar el flamante manuscrito a cuanta editorial de renombre se encuentre en internet, sin saber que estas empresas tal vez ni siquiera se tomen la molestia de responder al esfuerzo de contactarla. Aunque lo peor es cuando sí lo hacen y el escritor ilusionado recibe un “su obra no se apega a nuestra línea editorial” o, lo que puede ser peor, una cuantiosa cotización por los servicios editoriales.

Sí, en este mundo materialista, no es llegar y publicar un libro. Si quieres ver publicada la obra en la que invertiste meses o hasta años para terminarla, debes meterte la mano al bolsillo y desembolsar grandes sumas de dinero, lo que, dependiendo de la empresa que contrates, solo cubre los gastos de corrección, edición, maquetación e impresión, debiendo pagar todavía más por la distribución y promoción, a cambio de la promesa de una pequeña fracción de las regalías. Claro, la editorial se queda con una gran tajada, de lo contrario no sería negocio.

La otra opción, a la que recurrí con Réquiem de los Cielos – Obertura, fue la contratación de servicios de autoedición de una empresa extranjera. Obviamente, sumando y restando, lo que ella ofrecía, versus la oferta de sus pares chilenas, era mucho más atractivo. Por el mismo valor, tenía distribución gratuita en distintas librerías y páginas de internet, una promoción activa durante un periodo de uno o dos meses, atractivos kits promocionales que podía usar a mi antojo y cuarenta copias a mi disposición.

¡Era grito y plata! ¡Solo un paso más abajo del éxito!

Claro que no consideré el hecho de que la empresa era española, las librerías a las que distribuyeron mi novela eran de España y allá ¿quién iba a comprar un libro de un desconocido escritor chileno? Tuve tantas ventas como dedos en una mano…

Todo esto no quiere decir que haya estado demasiado lejos del éxito monetario que ambiciono. La prueba de ello son los dos premios que me adjudiqué al postular al Fondo del Libro del Ministerio Nacional de la Cultura, las Artes y el Patrimonio, obteniendo puntajes bastante altos con solo los borradores de muestra que envié de acuerdo con las bases. Ver que mis escritos sí contaban con la calidad para impresionar a personas ligadas al mundo de las letras, con mucha más experiencia y renombre que yo, significó un nuevo empuje y me llevó a la conclusión de que el problema no soy yo o mi falta de fama. Es que la gente, por lo menos en mi país, es reacia a la lectura. No digo que todos, pero existen muchas personas que detestan leer y están tan dispuestas a comprar un libro ―de por sí bastante caro gracias a los impuestos―, como a dejar que el dentista les saque una muela sin anestesia. ¿Por qué? Tiendo a pensar que por culpa de la poca flexibilidad y el escaso tino que tienen los planes de iniciación en la lectura orientados a los pequeños que recién empiezan a leer. Los libros que se estudian en los colegios son muy poco atractivos para niños que disfrutan con las vertiginosas películas y videojuegos de hoy en día. Que me disculpe Calderon de la Barca, pero que obliguen a un joven de doce años a leer La Vida es Sueño, cuando estuvo a punto de llegar al orgasmo en el cine al ver al Capitán América levantar el martillo de Thor, es para mí un desatino tremendo. Muy clásicos de la literatura serán El Quijote de la Mancha, Hamlet o El Lazarillo de Tormes, pero, admitámoslo, están demasiado pasados de moda para el mundo fugaz de la juventud de hoy en día. Sin embargo, Crepúsculo, Harry Potter, Los Juegos del Hambre o Bajo Una Misma Estrella, tienen el ritmo y transcurren en “realidades” mucho más comprensibles y fáciles de identificar para nuestros jóvenes.

Dejen los clásicos para quienes deseen estudiar literatura y traigan historias más frescas para estos lectores en formación. Sea el libro que sea, se puede medir de igual manera su comprensión lectora, su aprendizaje respecto a gramática, ortografía y otros parámetros que exija la malla curricular y su plan de estudio.

Esto me lleva a otra experiencia: la importancia de la promoción.

Si ya es dificil entusiasmar a un joven a leer, imagínense lo complicado que es lograr que compre un libro que nadie conoce de un autor del que nunca ha escuchado hablar. Es ahí donde entra en juego la publicidad.

Todos mis ebooks gratuitos descargados de Amazon se concentraron en un periodo de tiempo en el que me esforcé por explotar de la mejor manera posible las redes sociales y el mundo online. Fue un trabajo que requirió de la elaboración constante de posteos, booktrailers, email marketing y horas de lectura e investigación para comprender las herramientas informáticas que internet pone a disposición de cualquier emprendedor. Lamentablemente, el poco tiempo, mi trabajo y unos complicados cambios y reestructuraciones que mi familia y yo debimos afrontar a mediados del año pasado, me alejaron del ambiente digital y las ventas cayeron en picada.

Y aquí estoy hoy, retomando este trabajo alternativo, contándoles mis experiencias con la esperanza de servir de guía o al menos dar cierta luz sobre lo que le espera a quienes osen unirse a esta cofradía de escritores en busca de su propia versión del éxito. ¿Qué puedo decirles para finalizar estas palabras? Que, si en verdad aman escribir, si tienen historias que contar y no tienen miedo al fracaso, den el salto. Atrévanse a poner en papel sus ideas. Busquen alternativas. Trabajen, trabajen y trabajen todavía más. No se desanimen por los obstáculos que aparezcan en su camino y déjense llevar por los personajes que habitan en su imaginación.

Después de todo, Stephen King publicó Carrie a los 27 años, pero Geroge R.R. Martin publicó Juego de Tronos a los 48. Ambos tuvieron momentos oscuros, aunque consiguieron los resultados que los catapultaron a lo que son hoy en día. El que persevera gana, dicen por ahí.


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