¿Quién soy?




Muchos de ustedes, mis queridos lectores, ya me conocían. De hecho, en mis pasados intentos por mantenerme en el mundo digital ya me había presentado. Sin embargo, más allá de mostrarles quién soy como persona, esta vez me atreveré a tratar de describirles quién soy yo como escritor.

Veamos. Mis primeros pasos contando historias fueron a mediados de los 90 ―¡qué terrible pensar que eso fue en el siglo pasado!―, cuando me animé a dibujar un par de historietas para mis compañeros del colegio. En ese tiempo, la programación infantil en Chile estaba dominada por Los Súper Campeones y Los Caballeros del Zodiaco. Pasaron años para que me enterara de que en realidad sus nombres eran Capitán Tsubasa y Saint Seiya, pero ese es otro cuento. En medio de todo eso, surgió un breve cómic basado en el equipo de futbol de mi curso, donde retraté a cada uno de mis compañeros, incluyéndome en la defensa, en un estridente partido contra los antagonistas, reviviendo el sempiterno conflicto entre el curso “A”, de los aplicados, y el “B”, los burros, con una sufrida victoria para nosotros, “los buenos”.

En algún momento me asocié con otros compañeros y creamos la historia de una cobra mutante que escapaba de un laboratorio y se hacía gigante, arrasando con toda una ciudad a su paso. El nombre de esta criatura era Yedi, por las primeras letras de cada uno de los participantes en su creación: Yamil en las letras, Erick en las ventas, Danny en el dibujo e Igor en los colores. Esta historia tuvo un leve éxito en nuestra pequeña empresa que se basaba en el arriendo del cómic por módicos cincuenta pesos. Lamentablemente, este ambicioso negocio no duró demasiado y se fue acabando a medida que se deterioraban las pocas hojas cuadriculadas en las que estaba plasmado. Y recién ahora me di cuenta de su parecido a Jedi, aunque la naturaleza de su nombre no tiene nada que ver con los caballeros de Star Wars.

Mientras escribo este texto, me viene a la memoria que en algún momento entre 1994 y 1996 llegó a mis manos una máquina de escribir. En la casa de mis padres alojaba un primo de Santa Cruz, hijo de mi tía más cercana, quien se mudó a Santiago para entrar a la universidad. Él tenía una de esas maravillas tecnológicas ―la gente de mi edad comprende que para nosotros escribir “bebe” en la calculadora era un tremendo éxito computacional, ¡imagínense una máquina de escribir!―, algo que no había visto más que en películas y que me fascinó en cuanto descubrí cómo usarla. En ella invertí largas tardes escribiendo una historia similar a Los Caballeros del Zodiaco, con armaduras, mitología y todo eso, pero, por más que lo pienso, no puedo recordar en qué o dónde terminó ese ingenuo manuscrito. Tal vez esté todavía guardado dentro de los tesoros de infancia que guarda mi madre y un día me vuelva a encontrar con él, quién sabe.

El resto de mi tiempo en el colegio lo pasé dibujando. Copiaba dibujos de Dragon Ball, cómics de DC, inventaba mis propios bosquejos, pero nada ligado a una historia, salvo un par de intentos de copiar Terminator ―creo que le puse el original nombre de Eliminator―, y uno que otro experimento de imitar a Batman con un héroe de mi autoría que no recuerdo si alcancé a ponerle nombre.

Y entonces salto a 2009, cuando me compré mi primer notebook y surgió una extensa novela de tres libros a la que bauticé como La Profecía de Zardion. Debo decir que gran parte de su trama estaba inspirada en una rara mezcla de El Señor de los Anillos, de Tolkien, y Las Memorias de Idhún, de Laura Gallegos, pero no me sentí muy conforme con el desarrollo y mucho menos con el final, así que quedó dormida entre mis muchos proyectos, siendo retocada de vez en cuando, mientras busco la fórmula perfecta para el perfeccionamiento de uno de los personajes que más me fascinan de todos los que he creado: Garlash, el Medio Dragón.

Así llegó el año 2013 y una chispa se prende en algún lugar de mi fantasioso subconsciente. La religión siempre me ha fascinado y, después de leer gran parte de la Biblia ―todavía no la leo completa, aunque está dentro de mis cosas por hacer―, me llamó la atención un par de nombres. En especial cuando encontré en internet un relato titulado Sara y el Demonio Asmodeo, de Ana María Shua. Al comparar esa historia y su versión bíblica, nació la idea de Réquiem de los Cielos, aunque no fue hasta leer Pídeme lo que Quieras, de Megan Maxwell, que el erotismo se hizo parte del proyecto.

Y un día, mientras caminaba a casa después del trabajo, se me ocurrió otra idea: ¿qué pasaría si además de los ángeles y demonios, seres de otros mundos lucharan por hacerse de nuestras almas? De esta pregunta y una larga investigación de la cultura sumeria y la supuesta existencia de la Isla Friendship en alguna parte en los alrededores de Chiloé, nació Sumer, la primera novela con la que me adjudiqué el Fondo del Libro del Ministerio Nacional de la Cultura, las Artes y el Patrimonio. Esto hizo que, después de pasar un año encasillado como escritor de fantasía erótica, pasara a una obra de ciencia ficción y aventura. Atrás quedó el sexo y bienvenidas fueron las teorías conspirativas sobre extraterrestres y proyectos secretos de poderosas agencias de inteligencia internacional.

A medio camino entre estos dos géneros, apareció un nuevo proyecto. De alguna manera que no recuerdo, me contactó la escritora española Laura Torneiro y surgió la idea de escribir juntos una novela de vampiros, cazadores, hombres lobos y brujos. Con todas las dificultades que podrían esperarse de trabajar de forma online y separados por un océano de distancia ―literalmente―, nació Valquiria y todo un preámbulo al que bauticé como Crónicas de Días Pasados. A pesar de las diferencias de opinión, pero con la entretenida fórmula de entrelazar nuestros personajes al ritmo de la historia, a estas dos primeras novelas se les unió una segunda parte de Crónicas de Días Pasados y la continuación de la saga, titulada Quimera, pronta a salir a la luz.

Con estas obras volví al género fantástico, pero, en 2019, me adjudiqué por segunda vez el Fondo del Libro por una novela de terror basada en la mitología selknam, la que por ahora se titula Xalpen. Debo decir que para esta historia tenía pensado incluir una gran carga de erotismo, similar o mayor a la de Réquiem de los Cielos, aunque todavía se mantiene en las sesenta páginas que escribí para postular al concurso y poco a poco empieza acercarse más a Stephen King que a E. L. james.

Entre medio aparecieron otros relatos: El Plan Perfecto, una historia del tipo policial y suspenso, y un par de breves cuentos relacionados con la trama principal de Réquiem de los Cielos, en particular Preludio, la que incluí en la edición especial de Obertura, poco después de publicar Interludio, la segunda parte de la saga. Con todas ellas pensé que volvería al género de la fantasía, esperando terminar la última parte de esta trilogía que lancé al mercado en 2016.

Pero no fue así. Una mañana, en Punta Arenas, al calor de una taza de café y viendo las usuales noticias de robos, asaltos, asesinatos y violencia tan “cotidiana”, conversando con una amiga y compañera de trabajo, creamos Venganza y salté de la fantasía, el erotismo y la ciencia ficción a una novela pensada para convertirse en algún momento en un cómic, con un personaje que sacaba lo mejor de Batman, Ironman, The Punisher y nuestros impotentes deseos de ajusticiar a los maleantes que asolaban las calles sin llegar a recibir un castigo severo y ejemplificador.

De esta manera es que llegué a la actualidad, sin poder todavía encasillarme en un género específico. Tal vez sea esto lo que haga diferente esta página y cada una de mis obras: el hecho de no ceñirme a una sola categoría y poder saltar de una a otra mientras busco mi estilo propio, algo que tal vez ustedes puedan juzgar si he alcanzado o no. Lo que sí puedo prometerles, es que ninguno de mis escritos será igual al anterior. Pueden verlo en mis obras publicadas y en otras como las que escribí para el concurso en conmemoración de los 150 años de Quintero como puerto mayor y para Magallanes en 100 Palabras, además de las entradas que periódicamente trataré de compartir en este blog.

En fin, creo que así me puedo definir como escritor: una mezcla que deben atreverse a experimentar.


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