Conozcan el primer capítulo de Preludio, la historia que da inicio a Obertura y toda la saga de Réquiem de los Cielos



Cuando la Creación ya estuvo lista y los caminos que enlazaban el mundo espiritual con el material se encontraron bien definidos, llegó el momento para que los ángeles, los primeros seres nacidos de la Infinita Gracia del Padre, recibieran sus distintas funciones y sus jerarquías dentro de los Coros Celestiales.

De este modo, el Paráclito, la Fuerza Creadora de Dios, ordenó a setenta y dos de ellos como las principales y mayores autoridades en el Paraíso y fuera de él, todos comandados por Lucifer, el más hermoso y majestuoso de los ángeles, a quien además se le entregó la Luz para portarla siempre en el Nombre del Padre.

Mientras tanto, en el mundo material fueron hechos los mortales, hombre y mujer, nombrados por el Espíritu Creador como Adán y Lilith, nacidos de la tierra y moldeados a la imagen de los seres celestiales, siendo puestos bajo la protección y guía de estos últimos, quienes debían enseñarles a amar a Dios y vivir bajo sus designios.

Uno de los ángeles encargados de esta sagrada misión, era aquel llamado Duriel. Todos los días recorría el Gran Jardín en toda su amplitud, observando a Adán y Lilith sembrar la tierra y alimentarse de los frutos que ellos mismos cosechaban. Se regocijaba de verlos vivir en armonía con animales y aves y les enseñaba a obtener la sabrosa leche, a montar a las bestias de mayor tamaño y a usar a las más fuertes para arar la tierra con las herramientas que el mismo Duriel les mostró cómo construir.

Transcurrían los días en paz en el Jardín del Edén. Mortales e inmortales convivían en comunión con los designios del Creador, siempre bajo la atenta mirada de Lucifer. Y también, con cada día, el Árbol de la Vida crecía más y más como un símbolo del infinito poder del Padre y de la magnificencia de Su Nombre, compitiendo en majestuosidad con el Árbol de la Ciencia.

Sin embargo, los mortales no fueron creados con la única finalidad de crecer y envejecer. El Todo Poderoso quería que tuvieran progenie y que sus descendientes poblaran el Edén y extendieran sus fronteras más allá del horizonte. Esa era la razón por la que los hizo hombre y mujer, por ello habían sido concebidos como pareja.

Lucifer se encargó de transmitirles a los mortales la voluntad del Padre y les dio las directrices para obrar de manera correcta al momento de reunirse a copular.

―No habrá otro fin que justifique la unión de sus sexos, aparte de el de la procreación ―les dijo con su voz de trueno―. Está absolutamente prohibido que la simiente de Adán caiga al suelo y se llene de impurezas, por lo que cada vez que estén el uno con el otro, el varón deberá estar sobre la varona. Y cuando el fruto crezca en tu vientre, Lilith, y ya esté por germinar, uno de nosotros vendrá a ayudarte a dar a luz. Siempre estaremos cuidando de ustedes, así que no tendrán nada que temer.

Esas fueron sus palabras y cuando el ángel se retiró de su presencia ambos mortales elevaron un solemne canto de adoración a los cielos y luego se apartaron para hacer lo que se les había encomendado.

Tal como les ordenó Lucifer, Adán tomó en sus brazos a Lilith y la depositó con suavidad sobre el mullido pasto que crecía a los pies de una frondosa higuera. Luego, él se tendió sobre su compañera y buscó a tientas unir sus sexos, nervioso por ser esta la primera vez, aunque a sabiendas de que era lo correcto. Con movimientos torpes, trataron de entrar el uno en la otra, pero tal fue la incomodidad y la impaciencia de Lilith, que finalmente optó por retirarse y alejarse de su compañero, ante las miradas atónitas de Duriel y los otros ángeles que los observaban.

―¿Qué sucede? ―preguntó Adán confundido―. ¿Por qué rehuyes de mí?

―No es de mi agrado tener que estar tendida en el suelo a la espera de que te metas entre mis piernas ―contestó Lilith con voz temblorosa―. Fuimos creados iguales, ambos nacimos de la misma manera y desde aquel día hemos cumplido las mismas tareas, ¿o no es verdad que labramos juntos la tierra? ¿Acaso no recogemos la cosecha uno al lado del otro?

Adán la miraba extrañado, sin saber qué contestarle y temeroso de lo que aquellas palabras pudieran significar.

―Tú y yo somos iguales ―prosiguió Lilith―. Siempre lo hemos sido y no veo por qué debo ser montada por ti, siendo que ambos tenemos los mismos derechos y somos iguales ante Sus Ojos.

Los ángeles vieron incrédulos a la mujer dar media vuelta y alejarse corriendo entre los matorrales, dejando a su compañero solo y confundido a la sombra de la gran higuera.

Casi en el acto, los seres celestes se reunieron alrededor del Árbol de la Vida para hablar acerca del extraño y altanero comportamiento de Lilith.

―Es una conducta inapropiada y ofensiva ―expuso uno―. No sólo por lo que ella argumenta, sino que además porque entra en plena desobediencia al Padre.

―¿De dónde sacó semejante pensamiento esa mujer?, cuando siempre se mostró tan sumisa ―preguntó otro.

Duriel escuchaba a cada uno de los ángeles y miraba con preocupación el rostro severo de Lucifer. Desde que la Luz se separó de las tinieblas y la vida apareció en el Universo, ningún ser había cuestionado un mandato divino, por lo que se trataba de un hecho sin precedentes en cualquiera de los dos mundos.

―Le Comunicaré al Padre lo que ha sucedido ―dijo el Portador de la Luz―, mientras tanto, uno de ustedes deberá hablar con la mujer para hacerla entrar en razón.

Sin dudarlo, Duriel se ofreció para ello y consiguió la venia de Lucifer, quien luego desplegó sus majestuosas alas y cruzó el mundo terrenal para volar al Paraíso, poniendo fin a la asamblea.


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