Parte 8 de El Último Vuelo del Pegasus




Una vez que todos estuvieron de acuerdo con el plan, Angle distribuyó las funciones. Para nadie pasó desapercibido que dio una breve mirada a Robinson, esperando algún reparo o tal vez su aprobación, a lo que este respondió encogiéndose de hombros y dándole la total autoridad de la operación. En esos momentos, los egos habían quedado de lado y todos los esfuerzos se enfocaron en conseguir que el Pegasus despegara y los sacara de Marte a toda costa.

Gamboa y Brown se encargarían de ensamblar el cañón de positrones que ella previamente había diseñado, utilizando todos los materiales que pudieron encontrar dentro de la nave. Las herramientas y maquinarias de varios de los experimentos internacionales que llevaban a bordo sirvieron para reunir las piezas y partes necesarias para el dispositivo que debía ayudarles a escapar de aquel planeta. Pasaron un par de horas desarmando, modificando, acondicionando y ensamblando instrumentos, circuitos, dispositivos diversos y todo lo que Johana tenía en mente para armar el cañón.

Antes de ello, le aumentó la dosis de sedantes a Haldeman, previo acuerdo del resto de la tripulación, para evitar que su repentino despertar complicara la situación y obligara a que alguien tuviera que dedicarse a su cuidado y dejara de lado la función que debía cumplir si deseaban escapar.

Angle y Robinson se quedaron en la cabina, donde se dedicaron a monitorear todos y cada uno de los sistemas de vigilancia que poseía la nave, atentos a cualquier movimiento del exterior. Desde el inicio de la misión, lo que las cámaras captaban era enviado directamente al Centro de Control y respaldado en la computadora de la nave, pero en ningún momento pasaba por la vista del resto de la tripulación, con excepción de aquellas relacionadas con la operación de los componentes del Pegasus. Todo lo demás estaba reservado solo para el oficial de inteligencia, quien ahora se veía obligado a compartir sus privilegios.

―Nuestro gobierno siempre ha tenido en consideración la posibilidad de un encuentro con lo que llaman “Inteligencia Extraterrestre” ―dijo mientras accedía a los controles del sistema de vigilancia―. No ha habido contacto a la fecha, pero sí numerosos antecedentes que indican que hay “algo” rondando en el espacio, además de nosotros.

―¿Y tú eres nuestro guardaespaldas?

Los dos sonrieron con ironía. Ahora que se veían obligados a trabajar juntos, la tensión entre ellos disminuía con notoriedad.

―Cuando se recibieron las primeras señales de radio desde el espacio, se enfocaron todos los esfuerzos y recursos de la NASA y otras organizaciones a descifrarlas. No se logró traducirlas, pero sí se consiguió establecer que procedían de algún tipo de transmisor desconocido y lejano. Pasaron años antes de que se captara una señal similar, aunque los casos de avistamientos y estudios al respecto indicaban que era muy probable la existencia real de seres de otros mundos visitando la Tierra o circulando cerca de su órbita ―Robinson hablaba sin dejar de trabajar en el teclado de la consola frente a él―. Si de verdad hay otra civilización vigilándonos, y puede que en algún momento decidan llegar a contactarnos, es muy probable que el encuentro de estos dos mundos seas similar a lo que ocurrió cuando los europeos llegaron a América: conquista y muerte.

Angle, sentado a su lado, escuchaba con atención, casi sin parpadear. Para todo el mundo eran conocidas las cientos de imágenes y videos que circulaban en internet con supuestas naves grabadas en distintos países. Incluso existían algunas tomas de objetos luminosos transmitidos desde la Estación Espacial Internacional, sin que jamás se comprobara o negara de manera tajante su autenticidad.

Por otro lado, la idea de un choque de culturas como el que ocurrió en el descubrimiento de América no era para nada alentadora.

―En 2007 un senador logró que se aprobara un millonario fondo para financiar un programa avanzado de observación y defensa ―continuó Robinson―. Cuando se descubrió, en 2012, se canceló, pero los fondos se desviaron a diversas organizaciones gubernamentales y privadas que siguieron trabajando, esta vez de manera separada, para dotar a nuestra fuerza aérea, y a la NASA en particular, de medios tecnológicos orientados a repeler una incursión hostil.

―¿Quieres decir “armas”?

Por toda respuesta, solo sonrió y siguió contando lo que sabía.

―En 2020 los japoneses crearon sus propios protocolos ante una eventual invasión extraterrestre. La prensa mundial y la opinión pública vieron con escepticismo esta iniciativa, pero no pasó mucho tiempo antes de que Rusia, Alemania, Inglaterra, India y China decidieran adoptar estos protocolos y así se revivió el Proyecto Libro Azul, aunque a un nivel mundial, pasando a llamarse Proyecto Cosmos y sumando a las organizaciones de inteligencia militar a las tareas de observación y estudio que hasta entonces llevaban las fuerzas aéreas. Desde entonces, al menos un operativo de inteligencia es enviado en las misiones al espacio, ya sea encubierto o como parte de la tripulación.

―¿Y supongo que siempre va armado?

―Sabemos que es probable que estemos muy retrasados en comparación con la tecnología de nuestros posibles visitantes, pero la política es resistir todo lo posible si se demuestran actitudes agresivas. Y aplacar cualquier situación anómala entre la tripulación.

―¿Actitudes agresivas como la que causó la fisura de la tobera?

Robinson asintió.

―Nuestros científicos civiles se inclinaban por la teoría del zoológico ―prosiguió―. Creían que podíamos estar siendo observados a la distancia, sin recibir una intervención directa que pudiera influenciar nuestro desarrollo. Los especialistas militares consideraban aquello como simple espionaje. Y el espionaje tiene un único propósito: descubrir fortalezas y debilidades del enemigo, y usarlas a tu favor.

Presionó un último botón y la pantalla se dividió en dieciséis cuadros, en cada cual se podía ver la imagen captada por alguna de las cámaras del exterior.

―Ya tenemos visual, capitán. Ahora, vamos a repartirnos los juguetes.

El resto del plan era tan sencillo, como arriesgado. Mientras Brown y Gamboa se encargaban de operar el cañón de positrones, Robinson se apostaría en un lugar cercano a ellos, armado y atento a cualquier posible intervención externa, en tanto Angle, también armado, esperaría en la cabina, a oscuras, atento al momento de activar el motor. Según sus propias deducciones, después de los casi cuatro días que llevaban en marte, era probable que los seres que los observaran simplemente los dejaran marchar. Pero, si decidían oponerse de alguna manera, la idea era disparar y neutralizarlos, o al menos demorarlos, el tiempo necesario para despegar.

Así que el oficial de inteligencia decidió abrir su “caja de sorpresas” y compartir algunos de sus trucos con el capitán del Pegasus.

―Contamos con dos pistolas convencionales y ―dijo mientras sacaba el equipo de la caja―, tres fusiles de riel ―los levantó y dejó que Angle los viera―. Estos bebés usan generadores electromagnéticos para disparar sus proyectiles de tungsteno. Resultado: más munición en los cargadores, mayor velocidad de salida, mucha más precisión, no usan pólvora, no emiten llamaradas ni tampoco dejan rastros de humo. Funcionan con un par de baterías que les dan autonomía de veinticuatro horas. Dispare uno de estos y lo que sea que tenga al frente volará en pedazos.

―¿Sí sabes que la idea es dialogar antes que disparar?

Robinson dejó el armamento sobre la mesa.

―Si uno de esos bastardos me mira feo, estas cosas hablarán por mí.

Le enseñó a Angle la operación de los fusiles y algunos detalles técnicos que debía conocer. Luego sacó el resto del equipo que estaba en la caja, consistente en un sistema de mira y visión nocturno que se conectaba al fusil y le permitía tener una total precisión sobre el blanco designado, bajo cualquier condición de visibilidad.

―Lo siento, capitán ―comentó con burla―. Pero solo traje el mío.

―Prefiero que así sea. No es mi intención ser el primer humano en tener un contacto con alienígenas y terminar empezando una guerra.

―Nunca está de más tener ciertas precauciones.

―Capitán ―se escuchó la voz de Gamboa por el intercomunicador―, estamos listos.

Robinson le guiñó un ojo y terminó de equiparse.

―Copiado, Johana. Franklin va para allá.

―¿Fraklin? ¿Quién…? ―Gamboa de pronto recordó que ese era el nombre de pila de Robinson―. Ok. Lo esperamos.

―Franklin, ¿eh? ¿Dónde quedaron las formalidades, capitán?

―Bueno, considerando lo que estamos por hacer, creo que me permitiré ciertas libertades.

Robinson cargó los fusiles, se colgó uno en la espalda, tomó el otro y dejó el tercero sobre la mesa.

―Mark ―se despidió con un rápido saludo militar y partió a reunirse con Gamboa y Brown.

El capitán se quedó a solas en la cabina. Repasó mentalmente el uso del armamento que ahora tenía en su poder y se acomodó lo mejor posible frente a la consola de la computadora principal, pendiente de la nube de polvo que veía chocar de forma incesante contra la nave. Estaba atento a todo movimiento inusual, deseando en silencio que solo se tratara de tierra y piedras empujadas por el viento.

Se preocupó de subir al máximo el volumen del intercomunicador para escuchar con claridad cuando Gamboa le diera la señal de apagar la energía del Pegasus. Ya tenía los controles listos, solo tenía que dar el recibido y presionar un botón para que la nave se quedara a oscuras. En cuanto eso sucediera, los sensores de su traje espacial accionarían el casco que se cerraría sobre su cabeza y le permitiría respirar por seis horas o hasta que pudiera iniciar los sistemas una vez más. Cuando eso ocurriera, tendría que puentear el programa de seguridad y encender el motor antes de que comenzaran a correrse los test internos de la nave.

Si nada extraño ocurría, saldrían disparados hacia el espacio con la potencia necesaria para ponerse rumbo a la Tierra.

Si no… No quería pensar en lo que podría pasar.

Se sentó en su asiento, se abrochó el cinturón, acomodó el fusil en el asiento del copiloto y se dispuso a esperar. Pasaron largos y tortuosos veintisiete minutos antes de que el canal de audio se abriera.

―Estamos listos, capitán ―escuchó a Gamboa―. Córtelo.

Y entonces oprimió el botón.


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