Parte 11 de El Último Vuelo del Pegasus
El Pegasus se sacudía cada vez
con más fuerza y Angle ya no pudo permanecer en su lugar. El extraño ruido
sordo que provenía desde el exterior debía estar ligado a los cada vez más
numerosos fragmentos de metal y destellos luminosos que veía por las ventanas,
ascendiendo desde la base de la nave. Ya no tenía dudas: algo muy malo estaba
pasando allá abajo.
Se colgó el fusil al hombro y
partió hacia el elevador interno a toda carrera. Presionó el botón que lo
llevaría directo hacia el área de mantenimiento y esperó con impaciencia que
recorriera los casi exactos 16 metros que distaban desde la cabina hacia el sector
en el que se desarrollaban todas las operaciones automatizadas que permitían
que el Pegasus funcionara de manera óptima, sin siquiera imaginarse lo que iba
a encontrar.
Cuando el elevador se detuvo y la
puerta automática se abrió, se quedó perplejo ante el infierno desatado delante
de sus ojos.
Las criaturas se movieron con
rapidez de un lado a otro para evitar los disparos. Robinson comprendió de
inmediato que responderían al fuego en cuanto estuvieran bien parapetados y
urgió a sus compañeros para aprovechar el momento y buscar dónde ponerse a
cubierto para repeler el contraataque. Sus propias armas destruyeron un enorme
panel del fuselaje y sintió un breve alivio al comprobar que no
alcanzaron a dañar el motor de antimateria. Sin embargo, la nave resintió estas
nuevas heridas y emitió un lastimero quejido en el momento en el que toda la
estructura comenzó a temblar.
Solo era cuestión de tiempo antes
de que el Pegasus se derrumbara, así que tenían que salir de ahí cuanto antes.
Pero no alcanzó a poner sobre
aviso a los demás antes de que unos destellos verdosos impactaran contra el
piso, muy cerca de sus pies, y perforaran el angosto pasillo de mantenimiento
sobre el que se encontraban, abriendo una importante grieta debajo de ellos.
Obligado a correr y empujar a sus
compañeros para no caer por el agujero, apuntó a la rápida por sobre su hombro
y efectuó dos disparos consecutivos que dieron de lleno en una consola de
control auxiliar y la hicieron estallar en pedazos. Innumerables chispas saltaron
en todas direcciones, encendiendo pequeñas llamaradas en algunos componentes
plásticos de los sistemas eléctricos, sin alcanzar a dañar a los alienígenas
que contestaron con una ráfaga luminosa que estuvo a pocos centímetros de
alcanzarlos antes de que se refugiaran detrás de un contenedor de deshechos.
―¿Cómo vamos a salir de aquí?
―preguntó Gamboa, agazapada entre los dos hombres.
Nuevos destellos impactaron el
contenedor y lograron sacarlo de su lugar. Se trataba de un enorme armazón
diseñado para recibir, separar, purificar y eliminar toda la basura producida
en la nave, una miniplanta de reciclaje adosada a la pared, pero ni si quiera su
gran peso pudo oponerse a los disparos de los extraterrestres y terminó siendo
empujado por la fuerza de los impactos, lo que provocó que sus ductos,
mangueras y cables se desconectaran.
Y el gas residual de los
deshechos orgánicos fue alcanzado por las chispas eléctricas provocando una
fuerte explosión que mandó volando a los astronautas.
Brown apenas alcanzó a aferrarse
de la baranda del corredor de mantenimiento y quedó colgando solo de sus dedos.
Se vio obligado a dejar caer su fusil y lo vio en su trayectoria por el interior
de la tobera hasta llegar al suelo, casi quince metros más abajo. Gamboa rodó
por el pasillo y se estrelló de lleno contra la pared metálica de la nave. Los
sensores de su traje espacial de inmediato informaron de una fisura en la capa
exterior del casco, algo preocupante, aunque no urgente. La cúpula transparente
estaba construida en cuatro capas diferentes para garantizar su resistencia a
golpes directos y romperse de forma gradual y programada, maximizando su
durabilidad y hermeticidad.
Robinson, en tanto, giró con la
pericia de un soldado y se arrodilló de inmediato para repeler el ataque. Dos
alienígenas quedaron en su línea de fuego y apenas alcanzaron a apartarse antes
de que él les disparara. Maniobraron con gracilidad por el aire hacia el motor
de antimateria y se refugiaron detrás de los muchos soportes metálicos que lo
mantenían fijo en su lugar. Esto le dio una breve ventana de tiempo para correr
a auxiliar a Brown y arrastrarlo de vuelta al suelo firme.
―Tenemos que llegar al elevador y
encender el motor con estos malditos aquí abajo ―dijo en cuanto los tres
estuvieron juntos de nuevo―. No contamos con mucho tiempo antes de que las llamas
cierren todas las salidas.
En efecto, un inusual incendio se
abría camino hacia los niveles superiores del Pegasus. El fuego se comportaba
de una manera extraña por la falta de gravedad, ondulando en lugar de avanzar en lenguas descontroladas,
con una propagación continua y lenta, aunque incesante. La energía de respaldo de
la nave estaba direccionada a las tenues luces de emergencia de los pasillos y
el elevador principal, por lo que los sistemas de emergencia automáticos
estaban desactivados y debían accionarse de forma manual. Desde donde estaban,
no alcanzaban ninguno de los controles repartidos en el área de mantenimiento,
así que todo lo que podían hacer era buscar la forma de escapar antes de que los
alienígenas se lanzaran otra vez sobre ellos.
Pero estaban muy abajo y para llegar
al elevador más cercano debían atravesar las llamas y pasar por el lugar en el
que sabían que esos seres aguardaban su siguiente movimiento. Además, solo
contaban con el fusil de Robinson y la pistola de Gamboa. Estaban en una
evidente desventaja táctica.
―¿Qué hacemos ahora? ―preguntó
Brown, todavía muy agitado por la adrenalina.
En ese instante, los extintores
automáticos se encendieron y vaciaron su contenido en cada uno de los pasillos
del área de mantenimiento, cubriéndolo todo con una blanca niebla que incluso
ocultó las luces de emergencia. A causa de ello, todo se volvió nebuloso durante
el tiempo que los químicos especiales tardaron en apagar las llamas,
dificultando la visibilidad.
―¿Johana? ¿Harem? ¿Me escuchan?
La voz de Mark Angle llegó a
ellos a través de los sistemas de comunicaciones de sus cascos.
―¡No te muevas de donde estás! ―le
alertó Robinson―. ¡Tenemos compañía!
El capitán se quedó inmóvil, a
apenas unos pasos del elevador. Apretó con fuerza el fusil contra su hombro y escrutó
los alrededores con cuidado.
―¿Qué pasa aquí abajo? ―preguntó
en un susurro, forzando la vista para ver por entre la niebla.
―Son seis extraterrestres de
forma humanoide, complexión delgada y armados con un sistema láser. Se esconden
cerca del motor. Los haré salir para que los veas.
―¿Que los harás salir?
―¿Estás seguro de esto? ―escuchó
la voz dubitativa de Gamboa.
―¿Johana? ¿Están todos bien?
Pero ellos no le respondieron. En
su lugar, volvió a oír a Robinson dando instrucciones.
―Necesito que corran a toda
velocidad y no se detengan por nada. Yo los cubriré desde aquí.
―¡Esas cosas nos dispararán en
cuanto nos vean! ―alegó Brown.
―Cuento con eso, amigo mío.
Capitán, más te vale que estés listo para cuando empiece la fiesta.
Angle frunció el entrecejo y contrajo
cada músculo de su cuerpo.
―Hagámoslo ―respondió.
Pasaron unos segundos antes de
que el replicar de los pasos de los astronautas se escuchara subir por el
pasillo. Fue en ese momento cuando el capitán percibió un movimiento con el
rabillo del ojo y casi dejó caer su fusil de sorpresa al ver al ser que emergió
de entre las sombras blandiendo una larga lanza, sin siquiera
fijarse en su presencia.
Y dos más aparecieron junto a él.
Atónito, Angle apenas podía parpadear.
Estaba frente a seres de otro mundo, en lo que bien podía ser el primer
contacto con una raza extraterrestre, pero no se trataba de un acto de mutuo conocimiento
ni una reunión diplomática. Esos seres habían intentado retenerlos en Marte y
ahora los atacaban dentro de su misma nave.
No quedaba tiempo para
presentaciones. Solo podía hablar a través de su arma o sus compañeros no lograrían
escapar.
Y se armó de valor, apuntó y
abrió fuego.
Falló por escasos centímetros,
pero fue suficiente para que los invasores se dieran cuenta del peligro que
significaba y le prestaran atención. Desde los niveles inferiores, Robinson
disparó también su arma y con ello obligó a sus atacantes a regresar a los
escondites donde se mantenían a cubierto, en tanto Gamboa y Brown corrían a toda
velocidad hacia el elevador, gritando a todo pulmón para liberar algo de la tensión
que los oprimía.
A Angle les costó trabajo
reconocerlos una vez que los tuvo a la vista y por un instante sintió la necesidad
de apuntarles también, aunque logró contenerse a tiempo y se mantuvo atento a
las verdaderas amenazas. Sin embargo, cuando apenas les faltaban unos metros
para llegar hasta él, dos rayos luminosos cruzaron el pasillo y provocaron una
enorme perforación en la pared de la nave. La estructura del pasillo se vio comprometida
por la fuerte explosión y una parte de ella se dobló hacia el exterior,
causando que los dos astronautas salieran despedidos hacia afuera.
El capitán disparó de inmediato
hacia el lugar desde donde provinieron los disparos, provocando graves daños en
las capas exteriores del motor de antimateria, sin llegar a darse cuenta de
ello, pues corría hacia sus compañeros sin dejar de oprimir el disparador de su
arma.
Y cuando llegó a la abertura en
el metal, solo encontró a Gamboa agarrándose a duras penas del borde filoso con
la punta de sus dedos.
―¡Capitán! ―gritó ella al verlo
aparecer.
Angle olvidó por un momento a los
alienígenas y se colgó el fusil a la espalda para ayudarle a subir. Mientras lo
hacía, dio una mirada hacia abajo y encontró el cuerpo de Brown inmóvil sobre
el suelo marciano, con una pierna doblada de manera antinatural. Desde donde
estaban, vio con claridad que el casco se había roto y se encontraba manchado de sangre.
A sus espaldas, una serie de
disparos se sucedieron, reavivando el incendio en los pasillos, peligrosamente
cerca del asentamiento del motor. Se volvió para ver a Robinson aparecer como
un huracán entre la niebla, apuntando a diestra y siniestra sin la menor
contemplación.
―¡Corran al elevador! ―gritó al
llegar junto a ellos y de inmediato ayudó a Gamboa a ponerse de pie. Casi no
reparó en la ausencia de Brown.
Los tres se pusieron en movimiento
y forzaron sus piernas a avanzar lo más rápido posible hasta entrar al cubículo
del elevador y presionar el botón que los llevaría hacia la cabina.
Las puertas comenzaron a cerrarse
de inmediato, pero antes de que lo hicieran por completo, alcanzaron a ver las
siluetas de tres de esos seres parados en el medio del pasillo.
―Tenemos que arrancar ese maldito
motor ―dijo Robinson en cuanto el elevador se puso en marcha―. No podemos
quedarnos aquí.
Gamboa, que se había agachado para
intentar controlar el temblor de su cuerpo, se puso de pie como movida por un
resorte.
―La tobera está llena de agujeros.
Si logramos despegar, toda el área de mantenimiento se incendiará antes de
salir del planeta. Cuando el fuego llegue al motor, seremos historia.
―No tenemos otra alternativa. Si nos
quedamos, esas cosas nos…
Robinson no alcanzó a terminar su
protesta. Sus palabras fueron silenciadas por una repentina explosión que
destruyó casi por completo el piso metálico a sus pies. Los tres se vieron
succionados hacia abajo por una fuerza brutal y tiraron manotazos desesperados
para aferrarse a algo que los salvara de caer. Los dos hombres consiguieron
tomarse de los restos metálicos y de unos cables, pero Johana Gamboa apenas
alcanzó a sujetarse de la bota del capitán, balanceándose de un lado a otro sin
control.
―¡Ayúdenme! ―gritó con desesperación,
al ver que sus fuerzas no le alcanzaban para sostenerse mucho más tiempo.
―¡Aguanta, Johana! ¡Te subiremos!
El elevador se había detenido a
escasos metros del final de su recorrido, pero ellos no lo sabían. En esos
momentos, todos sus esfuerzos estaban enfocado en no caer y encontrar la forma
de subir a Gamboa antes de que fueran alcanzado por las criaturas que los
perseguían. Sin embargo, la compleja situación en que se encontraban limitaba
por completo sus opciones. Robinson luchaba por encaramarse de vuelta hacia la
poca franja de piso que había sobrevivido a la explosión, mientras que Angle
trataba de encontrar la manera de alcanzar a Johana sin dejar de sujetarse.
Metros más abajo, esos seres ya
entraban al largo foso, flotando con sus imperceptibles sistemas de levitación
y premunidos con aquellas letales lanzas capaces de destruir el metal con uno
solo de sus rayos de luz.
Robinson se las había ingeniado
para colgar el fusil en su espalda y se empeñó en encaramarse de vuelta en la
cabina. Angle, en tanto, se vio en la terrible disyuntiva de arrojar su
armamento para intentar alcanzar la mano de Gamboa o buscar la manera de
apuntar y disparar contra los invasores sin dejar de sujetarse del cable que lo
mantenía colgando en el aire.
―¡Te subiré! ―dijo con esfuerzo―.
¡No te sueltes!
Gamboa no dejaba de gemir y
lloriquear, consciente de que no pasaría mucho antes de que sus dedos
dejaran de sostenerla. Sabía que no había forma de que el capitán aguantara
mucho tiempo el peso de ambos y Robinson no estaba en condiciones de ayudarles.
Y entonces lo comprendió.
―Lindenburger tenía razón ―dijo
con una extraña serenidad―. Esas cosas no nos dejarán salir del planeta. No a
todos.
―¡De qué estás hablando, Johana! ¡Todavía
podemos…!
Pero ella se negó a escuchar más.
Solo cerró los ojos y se soltó.
―¡Johana!
Angle se quedó mirando con
impotencia la rápida caída de la mujer. Vio a los alienígenas hacerse a un lado
para dejar pasar su cuerpo, sin siquiera tratar de detenerla, y luego usar una
de sus lanzas para disparar un rayo hacia ella y sepultarla con una breve explosión en el fondo del
foso del elevador.
Entonces, una súbita ira inflamó
su corazón y se despreocupó del escenario en el que se encontraba. Sosteniéndose
con una sola mano, apuntó su arma lo mejor que pudo y empezó a disparar profiriendo
un grito lleno de rencor.
El poco balance que tenía debido
a su posición, le hizo perder toda precisión, llenando la fosa y sus paredes
metálicas con las explosiones de los impactos. Los alienígenas se vieron
obligados a replegarse ante la poderosa lluvia de disparos, pero el capitán no
se detuvo. Tampoco pasó por su cabeza la posibilidad de que Gamboa hubiera
sobrevivido a la caída. En todo lo que pensaba era en acabar con esas cosas que
habían causado la locura de Lindenburger y las muertes de Johana y Harem.
―¡Basta! ―escuchó de pronto y se
sorprendió al ver a Robinson a gatas sobre la pequeña cornisa que quedó del
suelo del elevador, extendiéndole una mano―. ¡Deja de perder el tiempo y
salgamos de aquí o todo habrá sido en vano!
Parpadeó muy rápido hasta comprender
a lo que se refería y, con un gesto de resignada frustración, estiró el brazo
en el que llevaba el fusil para ser jalado hacia arriba.
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