El Último Vuelo del Pegasus, Parte 10




Una fuerte sacudida alertó a Angle. Después de comprobar que las comunicaciones estaban saturadas por el audio de las Voyager, corrió por la cabina para mirar al exterior por cada una de las ventanas, hasta que encontró algo que lo alarmo.

Restos de metal se elevaban hacia la cúpula del Pegasus, provenientes desde los niveles inferiores.

―Franklin, Johana, ¿qué está pasando allá abajo?

Todo lo que recibió como respuesta fue la secuencia de saludos que ya no se interrumpía en ningún momento. El sistema principal de comunicaciones estaba muerto, pero él sabía que existía un canal alterno que operaba a muy corta distancia, diseñado para que los astronautas tuvieran enlace entre ellos en caso de alejarse de la nave. El problema estaba en que la distancia entre su tripulación y él era bastante mayor y no podría escucharlos a menos que bajara hacia el motor.

Y entonces se alejaría de los controles. Incomunicado y sin poder iniciar el despegue, se quedarían atrapados para siempre en Marte.

―¡Demonios!

Volvió a su lugar y tomó el fusil entre sus manos. Se cercioró de que estuviera cargado y en condiciones de ser disparado y dio un nuevo vistazo a través de las ventanas. Así descubrió un destello azulado por uno de los costados, seguido de un grave zumbido y varias esquirlas metálicas que salieron volando por el espacio.

O eso era producto del láser de positrones o algo acababa de estallar allá abajo y la posibilidad le heló la sangre.

―¡Robinson, por favor, háblame! ―volvió a intentar comunicarse, pero todo lo que escuchó en sus oídos fueron los saludos en distintos idiomas que la misma humanidad puso a vagar por el universo.

 

El láser ya superaba la mitad de la estructura cuando una repentina vibración alertó a todos de que la estructura del Pegasus resentía el corte en su tobera. Brown seguía maniobrando con cuidado los brazos mecánicos, guiándolos firmemente por su recorrido a través de los rieles metálicos que los sostenían y que les permitían dar la vuelta por el contorno circular de la tobera, mientras Gamboa monitoreaba las lecturas de energía en la pantalla lateral a la que mostraba el avance del proceso. Los primeros temores sobre la manipulación de la peligrosa antimateria habían desaparecido por completo y ahora ambos trabajaban con total concentración. Tanta, que no se percataron de lo que ocurría varios metros por encima de sus cabezas.

Dos seres estilizados, de cabezas alargadas y unos extraños cascos que a Robinson se le antojaron demasiado familiares, crearon una abertura con algún mecanismo similar al láser del cañón de positrones y retiraron sin problemas la lámina de metal que recortaron en un costado de la nave. Aquellas criaturas humanoides entraron con inesperada facilidad, mirando a uno y otro lado con cautela y flotando en el aire de una forma que él no alcanzaba a comprender. Desde donde estaba, al otro lado de la enorme área de mantenimiento, los vio descender lentamente en dirección al motor del Pegasus y solo entonces descubrió que uno de ellos llevaba lo que parecía ser una larga lanza plateada que despedía un haz luminoso en su extremo superior.

De seguro, esa era el arma que habían utilizado para cortar el metal y ahora se disponían a destruir el motor de la nave.

―No frente a mí, malditos bastardos ―murmuró mientras se acomodaba para apuntar al ser que llevaba el arma.

El sistema optrónico enlazado con el fusil de riel marcó de inmediato en sus visores las condiciones del disparo y corrigió la mira apenas unos centímetros para evitar que la poca gravedad del planeta afectara la precisión quirúrgica de la munición.

Controlando su respiración, colocó el dedo en el disparador y esperó. Sabía que su posición quedaría al descubierto en cuanto abriera fuego, pero decidió correr el riesgo. Si dejaba que esas cosas inutilizaran el motor, todo estaría perdido.

Cuando cada retículo de la mira cambio del color rojo al verde, oprimió el disparador.

El proyectil salió volando a más de treinta kilómetros por segundo y el impacto contra su objetivo fue devastador. El ser alienígena fue reducido a una simple mancha aceitosa en los bordes irregulares de la perforación que el disparo causó en el metal a sus espaldas. El daño en la estructura de la nave fue todavía más grande que la fisura que los había detenido en un primer momento y Robinson comprendió que el perjuicio logrado al destruir a esa criatura era mucho mayor a cualquier beneficio posible.

Pero ya no podía deshacer lo ocurrido y se apresuró a apuntar al otro ser, el que descendió en picada a parapetarse luego de ver desaparecer a su compañero. Lo perdió de vista detrás de los mecanismos de contención del poderoso motor y se obligó a salir de su atalaya para buscarlo antes de que lo encontrara a él. De un salto cayó en la plataforma de mantenimiento que había usado para subir hasta ahí, cargando su armamento, y se lanzó a toda velocidad hacia el corredor de servicio que descendía hasta donde sus compañeros trabajaban en cortar la tobera.

Una repentina llamarada le obligó a detenerse. Los refuerzos alienígenas intentaban entrar a la nave por el otro costado y se sorprendió de ver que varios láser azules atravesaban el metal en distintos lugares.

―¡Bastardos! ―gruñó, se agazapó lo mejor que pudo y continuó corriendo.

Bajó lo más rápido que pudo hacia el nivel en el que Gamboa y Brown seguían dedicados a la tarea de separar la parte averiada de la tobera del resto de la nave. Los brazos mecánicos ya se encontraban en el otro lado de la circunferencia de la estructura, con casi tres cuartos del trabajo completado. Gracias a la poca gravedad de Marte, el Pegasus todavía se sostenía sin mayores inconvenientes que unos largos temblores.

―Creo que deberían dejar eso ―dijo en cuanto llegó junto a ellos.

Los dos se detuvieron al verlo agitado y vigilando las alturas con los ojos muy abiertos.

―¿Qué mierda te pasó? ―preguntó Harem Brown, terriblemente inquieto.

―Tenemos que salir de aquí cuanto antes. Ya vienen.

―¿Vienen? ―Johana Gamboa miró hacia la parte superior―. ¿Cómo?

―Esos bastardos deben tener un sistema parecido a su cañón. Atravesaron sin problemas el metal. Eliminé a uno, pero creo que fue una mala idea.

Los dos lo interrogaron con la mirada.

―Abrieron una entrada por encima del motor y mi disparo hizo otra ―se apresuró a explicar―. Los refuerzos penetraron por otro lado. Esta fisura no es nada comparada con los agujeros que hay allá arriba.

Brown soltó los mandos de los brazos y el láser quedó fijo en un solo lugar, creando una abertura mayor al resto del corte.

―¡Entonces estamos fritos! ―exclamó desalentado―. ¡No sirve de nada que sigamos cortando la tobera!

―El fuselaje de la nave está demasiado dañado. Si logramos superar el viento, nos incendiaremos ―sentenció Gamboa.

Unos ruidos extraños los alertaron y Robinson le lanzó el fusil que tenía en la espalda a Brown, quien lo recibió con torpeza.

―La buena noticia es que ya no hay viento ―ironizó―. La mala, es que estamos acorralados y el capitán no tiene ni idea de lo que ocurre acá abajo.

La fantasmagórica aparición de siete humanoides descendiendo con la suavidad de una pluma, los dejó boquiabiertos. Bajo las tenues luces de emergencia del Pegasus, sus trajes despedían extraños destellos que variaban entre dorados y verdosos. Cuatro de ellos portaban esas curiosas lanzas que emitían un brillo inquietante en su punta.

Aunque lo que más les impresionó fue ver que sus rostros parecían estar perfectamente esculpidos en el metal del casco que cubría sus cabezas alargadas y que les daba un aspecto que a Gamboa le recordó el de los tocados usados por los antiguos egipcios.

Pero, intimidada por su aspecto correoso y su súbita intrusión, de un solo tirón le arrebató la pistola de la piernera a Robinson y no dudó en apuntarla contra esos seres.

―Tendremos que encontrar la manera de avisarle a Angle ―dijo con inesperada seguridad―. Hay que despegar cómo sea.

Los dos hombres intercambiaron miradas y decidieron unirse a ella, levantando sus armas hacia los alienígenas que ahora aguardaban detenidos en el aire, observándolos en silencio y sin mover un solo dedo.

―¿Entiendes cómo funciona esa cosa?

―Apuntar y disparar ―respondió Brown, luego de dar un rápido vistazo a su fusil―. Nada de otro mundo.

Los tres sonrieron ante el comentario, olvidando el temor que los había invadido en un principio. El muy primitivo instinto de supervivencia los alentaba por encima de cualquier otra cosa. Después de todo lo ocurrido, sus voluntades solo pensaban en salir de ese planeta, sin importar el costo que tuvieran que pagar.

Ninguno  pensó en otra posibilidad que no fuera la de un violento enfrentamiento con aquellas criaturas que seguían sin moverse, estudiándolos con curiosidad en medio del silencio.

Un silencio que solo se rompió cuando uno de ellos empuñó con ambas manos su lanza y los tres humanos abrieron fuego casi al instante.


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