¿Qué hay allá afuera? Sexta parte de El Último Vuelo del Pegasus




―¿Dónde crees que vas?

Mark Angle salió a paso veloz detrás de Robinson y lo alcanzó poco después de que hubiera rebasado la puerta.

―Todavía tengo cosas que hacer, capitán.

―¿Qué tipo de cosas?

Los dos se miraban sin parpadear, aunque sus actitudes eran por completo diferentes. Angle se mantenía erguido, muy tenso y con la respiración agitada hinchando su torso de forma notoria. Robinson, por otra parte, permanecía relajado, con las manos en los bolsillos de su traje y la impertinente sonrisa burlona que lucía en cada discusión que enfrentaba.

―No se confunda, capitán. Usted no está en mi línea de mando. No tengo el deber de darle explicaciones.

―Yo comando esta nave.

Por primera vez, el oficial de inteligencia cambió su semblante y su mirada se volvió tan afilada como un cuchillo.

―Entonces preocúpese de sacarnos de aquí ―dijo con tono amenazante―. Por el bien de todos.

Pasó junto al capitán y le dio un leve empujón con el hombro que Angle no se atrevió a contestar. En realidad, se sentía intimidado por aquel hombre, pero debía admitir que tenía razón. Su mayor preocupación en aquellos momentos era sacar al Pegasus de ese planeta.

―¿Qué hacemos, capitán?

Harem Brown y Johana Gamboa estaban observando la escena desde el otro lado de la puerta.

―Salir de aquí ―respondió―. Haremos funcionar ese maldito propulsor.

Conscientes del poco tiempo que les quedaba para volver a la Tierra, los tres se dieron al trabajo de encontrar la manera de encender el motor de antimateria a toda costa. Corrieron varias simulaciones en la computadora principal, en escenarios con diferentes complejidades, pero cada uno de ellos resultó en una explosión de la tobera y la consecuente destrucción del núcleo de energía, lo que aniquilaría por completo la nave y todo a varios kilómetros alrededor.

Mientras analizaban una a una las secuencias, el sistema de transmisiones no paraba de recibir el mensaje de las Voyager, repitiendo cada exactos diez minutos la serie de saludos en los diferentes idiomas terrestres que llegaban hasta ellos de un lugar que ni siquiera querían imaginar.

Un par de horas después, todavía no encontraban una solución que no fuera recurrir a los Gatos para reparar la fisura. En cada simulación, la computadora advertía que las dos grúas estaban diseñadas para realizar el trabajo de reparación que necesitaban y arrojaba casi de inmediato su catastrófica predicción cuando Gamboa ingresaba dentro de los datos la ausencia de ambas y la velocidad del viento que se negaba a darles una tregua.

De pronto, Robinson entró a la cabina y se dejó caer pesadamente sobre el asiento que ocupaba durante el viaje. Los tres se volvieron a verle y se sorprendieron al descubrir la palidez de su rostro y el rastro de sudor que perlaba su frente.

―¿Qué ocurre? ―preguntó Angle, a regañadientes.

Ninguno se le acercó, pero cuando él volteó a mirarlos, desearon retroceder. Su expresión era sinónimo de malas noticias.

―Señor Brown, ¿sería tan amable de activar el mando por voz de la computadora? ―pidió con un hilo de voz.

El segundo comandante miró al capitán y esperó a que este le diera su aprobación para hacer lo que se le pedía. Una vez activado el control por voz, asintió para que Robinson supiera que estaba listo.

―Computadora, clave Raptor, código 104073, accede al sistema de vigilancia interno de la nave, video del área de carga, sector 3, cámara interior y exterior, hora: 07:17 am.

―¿Sistema de vigilancia? ―repitió el capitán, sorprendido una vez más―. ¿Vigilabas la nave o a nosotros?

―Lo vigilo todo, capitán.

En la pantalla principal apareció la fotografía de Robinson mientras la computadora procesaba su identidad y accedía al comando que él le había dado. A los pocos segundos, dos cuadros aparecieron en ella, en los que podía verse lo registrado por las cámaras que él le había solicitado. En la de la izquierda se veía el exterior de la nave azotado de manera incesante por la arena y piedrecillas que el viento levantaba y empujaba con fuerza contra el fuselaje.

En la otra se veía a Lindenburger.

―¿Henry? ―Angle lo identificó de inmediato.

Estaba de pie, mirando por una de las pequeñas ventanas del área de carga, con las manos cruzadas sobre su pecho y meciéndose suavemente de un lado a otro.

De pronto y al mismo tiempo en que una extraña figura emergió desde la tormenta, Lindenburger dio un salto hacia atrás y casi cayó de espaldas.

―Computadora, congela el video ―ordenó Robinson―. Retrocede un segundo y acerca la imagen hacia la ventana. Contrasta con la de la cámara exterior.

La pantalla se ajustó de acuerdo con sus instrucciones y todos soltaron una exclamación de sorpresa al darse cuenta de que algo había saltado hacia la nave. Algo que salió del foco de la cámara exterior, pero que cubrió por completo la abertura de la ventana.

―¿Qué es eso? ―preguntó Gamboa, llevándose las manos al rostro.

―Computadora, retrocede la secuencia de la cámara exterior medio segundo y congela la imagen.

El video avanzó hacia atrás y todo lo que apareció en la pantalla fue una forma borrosa, difícil de distinguir, pero que contrastaba por completo con la nube de arena de la tormenta. Su figura, a pesar de la distorsión por su rápido movimiento, era demasiado concreta para tratarse solo de polvo y piedrecillas.

Y en la ventana se podía adivinar algo parecido a un rostro, sin casco, sin ningún tipo de apoyo de vida para respirar en esa atmosfera hostil. Un rostro muy humano para ser cierto, aunque su frente parecía alargarse de forma extraña.

―¡No puede ser! ―exclamó Brown.

―Eso, amigos míos, es lo que empujó a Henry Lindenburger a hacer lo que hizo ―dijo Robinson―. Supongo que no supo cómo explicar lo que sucedió o tal vez fue demasiado para él y de verdad enloqueció. Como sea, hay algo allá afuera. Él lo descubrió y prefirió morir en lugar de descubrir de qué se trataba.

El denso silencio se apoderó de la cabina, mientras los presentes se esforzaban por comprender las repercusiones de este nuevo descubrimiento.

―¿Hay algo más en las cámaras?

Robinson sonrió, pero esta vez su expresión no fue de burla ni de ironía. Fue algo similar a un lamento resignado.

―Mientras ustedes hacían su trabajo, yo hice el mío ―respondió―. Tenía serías dudas desde que recibimos ese extraño mensaje, pero las circunstancias no me habían permitido revisar los registros. Ahora lo hice y… Sí, hay mucho más en las cámaras.

Todos lo miraban, expectantes, pero el guardó silencio, sumido en sus propios pensamientos y conclusiones que no se molestaba en compartir con los demás.

―Robinson ―le llamó el capitán, impaciente―. ¿Qué más viste?

El oficial de inteligencia pareció regresar de algún lugar lejano y miró a cada uno de sus compañeros como si los viera por primera vez.

―La fisura de la tobera no fue provocada por la tormenta ―dijo con voz entrecortada―. De hecho, ya no estoy tan seguro de que ese viento sea en realidad solamente viento. Creo… ―hizo una pausa―. Creo que están saboteando nuestra misión, capitán. Allá afuera hay algo que no quiere que volvamos a casa.

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