Parte 13 de El Último Vuelo del Pegasus
Mark Angle pasó a toda velocidad por los distintos compartimientos de la nave que eran atravesados por el pasillo principal. Aquel corredor conectaba todos los componentes del módulo de vida, desde la cabina hacia el área de descanso, pasando por el área médica y el comedor. Solo aminoró su paso al pasar frente a la puerta transparente que daba al box de sanidad donde Handelman seguía inconsciente por los sedantes que Gamboa le había administrado. Pensó por unos instantes en la conveniencia de despertarlo y cargarlo hacia la cabina, pero decidió que perdería tiempo precioso en ello, sin alterar demasiado el resultado de sus planes.
Porque estaba determinado a encender los motores del Pegasus aunque eso significara explotar junto a los alienígenas que los invadían.
Sin embargo, cuando estaba a medio camino, una extraña vibración y un brusco temblor le obligaron a detenerse. No fue hasta que sintió que la nave se movía por cuenta propia que Angle comprendió que el Pegasus se estaba derrumbando.
Era indudable que la estructura de la tobera se había debilitado por las muchas perforaciones en sus paredes, las producidas por el cañón de positrones y las que los alienígenas abrieron al entrar a buscarlos. Le sorprendió darse cuenta de lo mucho que había soportado, pero entendía que la nave no podría resistir más.
Y eso volvía la situación todavía más compleja.
El pasillo se había vuelto cuesta arriba y el capitán debió apoyarse en las paredes para no verse arrastrado por la disminuida gravedad. Escuchaba el estruendo de algunos artefactos que cayeron de su lugar y se preocupó todavía más por Handelman. No obstante, sabía que el tiempo era cada vez más escaso. Si quería intentar escapar del planeta o al menos usar la ignición del potente motor para castigar a los invasores, aunque aquello significara inmolarse también, debía apresurarse. Y, de ambas opciones, veía cada vez más lejano un posible despegue con los daños de la tobera. Si lo conseguía, la trayectoria forzada que tomarían lo mandaría a cualquier parte del universo.
Cualquier cosa, se dijo, era mejor a quedarse a ser asesinado por esos seres.
Paso a paso, cuidando de no resbalar, siguió avanzando lo más rápido que podía. La inclinación de la nave aumentaba a cada instante, pero Angle no pensaba darse por vencido hasta accionar el motor. En su cabeza, como si de un mantra se tratara, se repetía una y otra vez “por mis compañeros”.
Logró llegar a la puerta de acceso a la cabina y se alegró de que los sistemas automáticos estuvieran desenergizados, lo que le ahorraba el tener que accionar los controles del panel de seguridad para abrirse paso al área que controlaba toda la nave. En su lugar, se agarró lo mejor que pudo de los bordes de la puerta y se empujó hacia el interior. Tuvo que quedarse un instante con la espalda pegada a la pared, debido a un nuevo temblor que temió fuera el último, pero no pasó mucho tiempo para que aprovechara cada panel, cada silla, mesa o instrumento que tuviera a su alcance para sostenerse y seguir avanzando hacia su puesto de comandante. Solo debía llegar hasta allí, asegurarse en su silla y dar inicio al arranque de emergencia del Pegasus. Todo lo demás lo dejaría en manos del destino.
Cuando iba a medio camino, un ruido le hizo voltear la cabeza y mirar hacia el pasillo. Uno de los invasores avanzaba con lentitud, sosteniéndose de las paredes igual como él lo hiciera antes, producto de unas visibles quemaduras en gran parte de su traje, lo que hacía que esporádicos chispazos aparecieran a sus espaldas y, de seguro, que su equipo de levitación hubiera dejado de funcionar.
Su imagen lastimada le causó un profundo terror. La máscara de aquel ser tenía evidentes marcas de quemaduras, pero todo el daño que había recibido no lograba cambiar una cosa que lo impactó: esa máscara era la viva imagen de un rostro humano.
Muchas cosas pasaron por su cabeza en los pocos segundos que gastó para observar a su perseguidor. Sin embargo, verlo avanzar con tanta decisión, le recordó que esos seres eran los causantes de la muerte de cuatro personas de su tripulación.
Y el terror dio pasó a un profundo enojo.
Reanudó su marcha y consiguió alcanzar la silla del copiloto. La consola que utilizaba Harem Brown no tenía los privilegios para puentear las secuencias de arranque. En condiciones normales, hubiera podido iniciar la secuencia de despegue desde ahí, pero ahora solo conseguiría encender el sistema completo y echar a correr los diferentes test que prevendrían la ignición por no encontrarse las condiciones de seguridad mínimas para el funcionamiento de la nave. Aquel era el protocolo. Todo lo que podría conseguir era reactivar el soporte vital y eso haría que el casco de su traje se desactivara de forma automática, dejándolo expuesto a la eventual falta de oxígeno por las muchas fugas en el fuselaje.
Un nuevo temblor fue seguido por el notorio aumento de la inclinación de la nave. El Pegasus estaba a punto de derrumbarse y a él todavía le faltaban unos metros para darle vida por un última vez.
Volvió a mirar atrás. Su perseguidor ya alcanzaba la puerta de la cabina y comprendió que lo superaba en rapidez. Según su apreciación, a aquella criatura le costó la mitad de tiempo que a él llegar a cubrir la distancia desde el elevador a la puerta. Siendo así, necesitaría solo de un pequeño esfuerzo más para alcanzarlo y creyó ver a través de los inexpresivos ojos de su máscara que estaba decidido a lograrlo.
Pero él no pensaba permitírselo.
Se las ingenió para girar la silla del copiloto y apoyarse lo mejor que pudo sobre ella. Igual que si estuviera a punto de dar la vuelta en uno de los extremos de una piscina, puso los pies contra el respaldo y se encogió todo lo que pudo, como si se tratara de un resorte.
Y entonces saltó.
La poca fuerza de gravedad estuvo a punto de jugarle una mala pasada. El impulso que logró con sus piernas lo lanzó con tanta potencia que casi pasó por encima del puesto del comandante y a duras penas alcanzó a aferrarse para no seguir de largo. La brusca desaceleración provocó que se diera un fuerte golpe sobre la consola de comando y se horrorizó al comprobar que la pantalla principal había sufrido una larga cuarteadura. A pesar de ello, lo que lo dejó paralizado fue lo que vio por la ventana.
Una enorme estructura triangular, una pirámide, se mantenía en vuelo estacionario sobre el Pegasus.
Aquella imagen le heló la sangre y le hizo sentir tan pequeño como un grano de arena en el mar. Allí, a millones de kilómetros de la Tierra, los hechos lo llevaron a una conclusión apresurada que a punto estuvo de mermar su cordura.
Sintió el deseo de sentarse en su puesto de comandante, cerrar los ojos y quedarse ahí de brazos cruzados, esperando el final que parecía inevitable. Se dejó seducir por esas ansias de que todo terminara pronto y se contorneó en el aire para ubicarse en la que era su silla. Tenía sus ojos fijos en la gigantesca nave que parecía estar aguardando al desenlace del drama que se vivía dentro del Pegasus, sabiendo que la criatura que lo seguía se acercaba a sus espaldas.
Y cerró los ojos.
Una serie de imágenes llegó de inmediato a su mente. Se trataba de una rara mezcla de recuerdos y sensaciones que guardaba en su memoria desde el primer día de preparación para esta misión. Temores, anhelos, deseos y esperanzas se entrelazaban con palabras de sus seres queridos, arduas jornadas de estudio y entrenamiento, familiarización con quienes serían sus compañeros de aventuras y…
Y lo que al final les quitó la vida.
Abrió los ojos, motivado por una ardiente llama que alimentó su voluntad, y se inclinó hacia la consola de comando del Pegasus. Sintió que su silla se movía bajo el peso de la criatura que ya se aferraba a ella, pero no permitió que aquello lo distrajera. Solo tenía unos pocos segundos para accionar la secuencia correcta de encendido de la nave y no pensaba desperdiciarlos.
Cuando unas manos fuertes y frías como tenazas llegaron hasta él y empezaron a tomarlo por el traje, se estiró todo lo que pudo para ingresar los últimos parámetros que necesitaba la computadora y luego presionó “enter”.
Alcanzó a comprobar que el daño en la pantalla no impidió el normal funcionamiento de la computadora del Pegasus y vio con optimismo cuando cada sistema y subsistema volvió a arrancar, incluyendo la iluminación principal de la nave y todos los componentes del apoyo de vida. Tuvo el tiempo necesario para una profunda inspiración antes de que su casco se replegara hacia el interior del traje, pero pasaron unos segundos para que el sistema de emergencia arrojara que el módulo vital estaba seriamente comprometido, por lo que el suministro de aire dejaría de funcionar en breve.
Cuando las luces rojas se encendieron para indicar que la ignición se encontraba en su fase irreversible, a pesar de los muchos daños de la nave, se dio el lujo de girar hacia el ser que ya casi estaba sobre él.
Los dos se quedaron mirando en silencio durante el corto lapsus de tiempo que pudieron enfrentarse. Los largos dedos de la criatura recorrieron su traje con rapidez, deslizándose hacia su cabeza con claras y macabras intenciones.
Pero él estaba listo.
―Hola, hijo de perra ―dijo en voz alta y alargando cada una de las palabras para gastar hasta la última reserva de oxígeno de sus pulmones―. Te veo en el infierno.
En el mismo instante en que el alienígena aprisionaba su rostro con esos dedos largos y fríos como la muerte, Angle se las ingenió para apuntar su fusil contra el torso de la criatura. Un largo zumbido retumbó por toda la estructura del Pegasus en el momento en el que el poderoso motor de antimateria expulsaba su enorme energía y empujaba a la lastimada nave a un último salto al espacio antes de sucumbir a sus heridas. Aquella fue la señal que llevó al capitán a presionar el disparador justo cuando la fuerza de propulsión lo aplastaba conta su asiento.
Lo siguiente ocurrió tan rápido que dio la impresión de haber sucedido al mismo tiempo. En el segundo en que el proyectil de tungsteno del arma de riel salió de la boca del cañón y destrozó la zona media del alienígena, el flujo de energía que corrió por la tobera provocó que el núcleo de antimateria se saliera de su contenedor y entrara en contacto con las paredes, provocando una aniquilación catastrófica que se tradujo en una gigantesca explosión que sacudió el suelo marciano.
El Pegasus levantó el vuelo por una última vez, alcanzando una altura considerable antes de convertirse en una cegadora bola de luz que luego se extendió en todas direcciones con una fuerza imparable.
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